Satisfacer las esperanzas humanas es el camino para satisfacer la
esperanza final.
El domingo
pasado escuchábamos el mensaje de Juan Bautista de forma genérica: ¡Convertíos!
Hoy el mismo Juan nos dice de forma concreta qué significa convertirse cada uno
en su situación concreta, en trabajar por la justicia y la fraternidad: el
que tenga dos túnicas, que comparta... no exigir más de lo justo... no robar
sino contentarse con la paga.
La palabra conversión significa dar media
vuelta (en el caminar), volviendo a la alianza, es decir, a Dios y a los
hermanos. Por el bautismo somos miembros integrantes de la nueva alianza, en la
que todos somos hermanos y servimos a un mismo Padre por Jesucristo. El pecado
hace que caminemos de espalda a los intereses de Dios y de los hermanos,
convertirse es volverse a los intereses de Dios, que son los de mis hermanos
concretos. Amamos a Dios, a quien no vemos, amando a los hermanos concretos, a
los que vemos.
Esto implica examinar mis
relaciones concretas con los diversos círculos de hermanos concretos que me
rodean, dentro de la familia, trabajo, ciudad, nación, el mundo... Y examinar
mi postura ante Dios, fuente y garantía de la alianza. Este es el camino
concreto que llevará a satisfacer las promesas que esperamos.
Se acusa
frecuentemente a la esperanza cristiana de ser alienante e individualista, haciendo
volver los ojos al cielo en busca de una esperanza futura, olvidando los
problemas actuales de la tierra. Los problemas de la tierra son humanos, han
sido causados por hombres y somos los hombres los responsables de su solución.
Esto es verdad y hay que hacerlo en la medida de nuestras posibilidades reales,
pero lo que hace la esperanza cristiana es integrar este trabajo en el marco
superior de la esperanza cristiana, que ayudará, por una parte, a purificar las
esperanzas humanas, y, por otra, a fortalecer el compromiso por la solución de
los problemas humanos.
Por una parte purifica las
esperanzas humanas, eliminando las que
son contrarias al hombre y no responden al plan de Dios. Por este motivo los
cristianos deben practicar el “desprecio del mundo”, es decir, apartarse y
combatir todas las actividades que están al servicio de la opresión, la
injusticia y la vanidad de unos pocos. Por otra, la esperanza cristiana purifica
las esperanzas humanas nobles de elementos impuros, egoísmos personales, y da
fuerza para superar las dificultades que se presentan en esta tarea. El amor
cristiano, gratuito y fuerte, aumentará la constancia en la consecución de la
meta.
Al final Dios enjugará las
lágrimas de los que trabajan ahora por enjugar lágrimas. Por eso esta tarea es
motivo de alegría, tema que subraya la liturgia de hoy. El que siembra alegría,
cosechará la alegría final. Si guardáis mis mandamientos (el amor fraterno),
permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco
en su amor. Os he dicho esto, para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra
alegría sea colmado (Jn 15,10-11). Jesús quiere que compartamos
plenamente su alegría y el camino para ello es el servicio concreto al hermano.
Servir como él ha servido.
Finalmente la esperanza
cristiana es comunitaria. Cada cristiano, como persona responsable, ha de dar
cuenta de su vida, pero camina de la mano de todos sus hermanos hacia la patria
común.
La Eucaristía es fuente de
alegría, porque es comunión con Jesús y con su alegría, el que se entregó a
hacer la voluntad del Padre. La comunión con él fortalece para trabajar por las
esperanzas humanas nobles.
Dr. don Antonio Rodríguez
Carmona
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