María, modelo de esperanza
La liturgia invita a terminar el Adviento de la mano de
María, la que esperó confiadamente en el primer adviento. Ella es modelo de
esperanza.
La solidaridad juega un papel importantísimo en la Historia
de la salvación. Todos nacemos solidarios con el primer Adán, herederos de su
pecado. Igualmente todos nosotros hemos sido perdonados y hechos hijos de Dios
gracias a la solidaridad del Hijo de Dios, el nuevo Adán, que se hizo hombre y
murió y resucitó por nosotros. Dios ama al hombre y lo ha creado libre como
condición necesaria para que pueda corresponderle, amándolo libremente. Sin
libertad no hay amor. Por eso Dios en la obra de la salvación cuenta con la
libertad solidaria de los hombres y mujeres.
Hoy recuerda la liturgia la solidaridad de María. Su
aceptación del plan de Dios hizo posible la encarnación del Hijo de Dios. A
partir de su sí, toda su vida gira en torno a su Hijo, espera su nacimiento con
ilusión de madre, lo recibe en sus brazos, lo educa y lo acompañará hasta su
muerte. Para realizar adecuadamente su tarea se apoyó en su fe y en la oración.
El Evangelio de hoy la presenta como la creyente. Es interesante
constatar los caminos de Dios. El ángel anuncia a María la encarnación y ella creyó
y acepta el ofrecimiento de Dios. Pero, después de su sí, ¿qué pasó? María no
sintió inmediatamente nada. Realmente las cosas importantes son invisibles a la
experiencia humana. En ese momento el Hijo de Dios se encarnó y se consagró a
hacer la voluntad del Padre (2ª lectura). Comienza el sacrificio sacerdotal de
Jesús. Prueba de la fe de María es que, sin experimentar nada, se pone en
camino a echar una mano a Isabel. Y es ésta la encargada por Dios de dar a
conocer a María que ya había concebido al Hijo de Dios y de felicitarla por su
fe. A esta felicitación respondió ella
con el Magníficat, una oración de acción de gracias al Dios “revolucionario”
que enaltece a los humildes y fecunda a las vírgenes. De esta forma María
colabora en la realización de las esperanzas de los hombres con su solidaridad.
Nosotros
hemos recibido la fe gracias a la colaboración solidaria de miles de personas
que han silo los eslabones de una larga cadena que, empezando por Jesús y
María, ha llegado a nosotros por medio de nuestros padres y maestros. Y ahora
nos toca ser eslabones en nuestro tiempo, porque la solidaridad sigue siendo ley fundamental
de la salvación. Dios cuenta con nosotros para que los frutos de la obra de
Jesús lleguen a todos los hombres. Hemos de ser instrumentos de las esperanzas de los demás y de esta forma
conseguiremos la plenitud de nuestra esperanza. Esta solidaridad se concreta en
nuestra palabra y ejemplo. Como dice san Pablo, Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han
creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les
predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados?... Por tanto, la fe viene de
la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo (Rom 10,13-17). Esto implica que tenemos que acoger la palabra
de Dios, encarnarla en nuestra propia vida y darla a conocer como testigos. Como
la primera encarnación fue fruto del Espíritu Santo y de la solidaridad humana
por medio de María, igualmente hoy Jesús se hace presente en los hombres por
medio de la gracia del Espíritu Santo y de nuestra solidaridad misionera. El
Año de la Fe que celebramos nos urge a asumir esta misión.
En esta tarea es necesario imitar a María en la manera de acoger con fe la
palabra. El Evangelio la presenta como la creyente humilde de la palabra y la
orante con perseverancia. Y ahora, glorificada, ayuda a la Iglesia peregrina a
realizar la tarea de hacer presente a Jesús en todos los hombres.
«La Iglesia saluda a María, la Madre de Dios, como « estrella del mar »: Ave maris stella. La vida humana es un
camino. ¿Hacia qué meta? ¿Cómo encontramos el rumbo? La vida es como un viaje
por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que
escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de
nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces
de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que
brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él
necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de
Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía. Y ¿quién mejor que
María podría ser para nosotros estrella de esperanza, Ella que con su « sí »
abrió la puerta de nuestro mundo a Dios mismo; Ella que se convirtió en el Arca
viviente de la Alianza, en la que Dios se hizo carne, se hizo uno de nosotros,
plantó su tienda entre nosotros (cf. Jn 1,14)?
» (Encíclica Spe Salvi 49).
La Eucaristía es momento privilegiado para alimentar nuestra condición de
cooperadores solidarios de las esperanzas de los hombres. En ella recibimos la
Palabra y nos convertimos en sus testigos vivientes.
D. Antonio Rodríguez Carmona
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