Alimentar la esperanza
La
liturgia de este domingo actualiza el mensaje de Juan Bautista, que Dios ha
querido que sea precursor, no solo de la generación de Jesús, sino de todos los
tiempos. Su mensaje de precursor es sencillo: para recibir a Jesús es necesario
tener un corazón abierto plenamente a la esperanza, pues Jesús ofrece la
felicidad plena y solo la puede recibir el que no es autosuficiente, no se
conforma con medias tintas y aspira a todo. Esto implica la conversión,
que es la otra faceta del mensaje de Juan.
Convertirse significa literalmente dar la vuelta y caminar en otra dirección, en
concreto, caminar y orientarse hacia los valores del Reino de Dios, que se
resumen en el amor. Para que venga Jesús
es necesario allanar montes, rellenar barrancos, enderezar caminos (1ª
lectura y Evangelio). Se trata de
una tarea de carácter universal a la que se invita a todos sin excepción, pues
a todos quiere llegar Jesús, y que tiene muchas facetas, necesarias para
reavivar y alimentar la esperanza.
Negativamente implica vaciar el corazón de
falsos ídolos que lo alienan y no dan la verdadera felicidad. El corazón
atiborrado de ídolos está ciego, sordo y pierde la capacidad de gustar los
verdaderos valores. Hay que pedir luz a Dios para ilumine el corazón y se tome
conciencia sincera de la situación. Implica positivamente crecer en el amor
para discernir en cada momento lo que Dios espera de nosotros y responder
adecuadamente (2ª lectura).
La encíclica Spe Salvi señala tres lugares que ayudan a crecer en la
esperanza: la oración, el sufrimiento, el juicio de Dios (nn. 32-48).
.
La oración es «un lugar primero y esencial de
aprendizaje de la esperanza... Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me
escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre
puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme –cuando se trata
de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de
esperar–, Él puede ayudarme...» (32). Según san Agustín,
Jesús quiere que oremos incesantemente, a pesar de no ser oídos aparentemente, como medio de ensanchar el corazón y
disponernos así a recibir su don. Dios siempre oye y nos da lo mejor. Por otra
parte, la oración ayuda a conocer el corazón, purificarlo y vaciarlo de ídolos.
El sufrimiento. « Toda actuación seria y
recta del hombre es esperanza en acto...» (35), especialmente cuando hay
dificultades y sufrimiento, que invitan a confiar y apoyarse en el poder de
Dios para seguir adelante. Incluso hay que esperar en situaciones en que todo
parece imposible, dada la situación real política y económica, pues aunque no se pueda hacer nada «yo todavía
puedo esperar, aunque aparentemente ya no tenga nada más que esperar para mi
vida o para el momento histórico que estoy viviendo. Sólo la gran
esperanza-certeza de que, a pesar de todas las frustraciones, mi vida personal
y la historia en su conjunto están custodiadas por el poder indestructible del
Amor y que, gracias al cual, tienen para él sentido e importancia...
Ciertamente, no podemos construir “el reino de Dios” con nuestras fuerzas, lo
que construimos es siempre reino del hombre con todos los límites propios de la
naturaleza humana. El reino de Dios es un don, y precisamente por eso es grande
y hermoso, y constituye la respuesta a la esperanza... » (35)
El juicio final de Dios como lugar de aprendizaje y ejercicio de
esperanza (41). Creemos que Jesús « de
nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos ». La idea de juicio
final tiene un aspecto de justicia punitiva, pero hay otro de esperanza, porque
nuestras acciones son responsables y, si responden al plan de Dios, Dios las
quiere y serán elementos tenidos en cuenta en el establecimiento final del
reino, por obra de Dios. Nuestras acciones son pequeñas y a veces
insignificantes, pero hay que hacerlas, hay que dar cuenta de ellas, tienen
valor ante Dios. Todo esto alimenta
nuestra esperanza para seguir adelante.
Dr.
Antonio Rodríguez Carmona
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