Esta podría ser una máxima de corte
social, un consejo de unos padres o maestros a sus hijos o discípulos, el lema
que una persona pondría en su heráldica, etc. Entra dentro de la lógica del
vivir diario: según actuemos con los otros así los otros procederán con
nosotros. Somos como un espejo que refleja aquello que se le pone delante, si
actuamos con buenos modales lo más probable es que recibamos un trato educado y
si gritamos, con toda probabilidad, nos devolverán el grito. Aunque también es
verdad que a veces, por desgracia, no pasa así cuando nos encontramos con seres
malencarados, maleducados o simplemente con maldad, que los hay y muchos.
Lo que ocurre es que esta norma de
conducta no es herencia de unos padres o maestros, sino del Maestro por
antonomasia. Es la doctrina del Hijo encarnado de nuestro Dios. Con lo cual
debemos contemplar este principio como doctrina divina y por ende debemos
tenerla en cuenta como tal.
¿Qué nos quiso decir? A mi parecer, en
principio, opino que nos quiere decir que su doctrina no está muy lejos del
saber actuar humano, que no quiere imponernos unas normas que solo las puedan
cumplir unos cuantos superhombres, que ha tomado algunas cosas humanas y les ha
elevado el sentido. Nada más. Bueno, nada más y nada menos. Que al hacerse
hombre sabe medir las fuerzas humanas y no quiere imponernos unas cargas
superiores a nuestra capacidad.
Creo que también nos dice que cada vez
que hagamos algo que levantemos la vista y pensemos que a aquel a quien se lo
estamos haciendo es un hijo de Dios, por tanto estamos, automáticamente,
elevando el valor de una mera acción humana a un actuar divino. Que el valor de
esa acción no es por quién la hace, sino por aquel a quien va dedicada; de ahí
que podemos santificar nuestro vivir diario si se lo ofrecemos a Él y vemos en
nuestros semejantes, hasta en la más pequeña acción, a otros cristos. Que
siempre nos demos cuenta y nos acordemos que somos un instrumento suyo.
Gracias, Señor, por haberte hecho hombre
para hacernos las cosas más sencillas a los hombres. Gracias por habernos dado
ejemplo en nuestras pautas de comportamiento. Gracias por no habernos impuesto
una doctrina difícil de cumplir. Gracias por condensar toda una magnífica
religión en una palabra: amor.
Pedro
José Martínez Caparrós
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