Se abrió
paso entre ellos (Lc 4,21-30)
No
está de moda hablar de disciplina, esfuerzo o renuncia. Pocos se atreven hoy a
mostrar la importancia que tiene en la vida la educación de una voluntad fuerte
y recia. Vivimos más bien envueltos en eso que el catedrático de psiquiatría
Enrique Rojas llamó «la filosofía del me apetece». Esa es la principal
motivación que inspira la vida de no pocos: «no me apetece», «esto me va»,
«aquello no me gusta».
En
pocos años, ha ido creciendo de manera alarmante el número de personas de
voluntad débil, caprichosas y blandas, incapaces de proponerse metas y objetivos
concretos. Hombres y mujeres inconstantes que giran como veletas según el
viento del momento, llevados y traídos por lo que, en cada instante, les pide
el cuerpo.
Buscan
una vida cómoda y placentera, pero les espera un futuro difícil. En el amor no
llegarán muy lejos, pues no saben lo que es renunciar, ni conocen la
importancia del sacrificio y la dedicación al bien del otro. Son como niños
consentidos y caprichosos que estropean cualquier relación basada en el amor y
la entrega generosa.
Tampoco
lograrán nada grande y noble en los demás aspectos de su vida. Nunca
desarrollarán sus verdaderas posibilidades. Se instalarán en la mediocridad y
arrastrarán, a donde quiera que vayan, su personalidad mal diseñada, fruto del
abandono y la dejadez.
El
hombre de hoy necesita recordar que la voluntad es un rasgo esencial del ser
humano. Tanto como la razón. Incluso se ha de decir que el hombre con voluntad
llega más lejos en su crecimiento personal que el hombre inteligente. Lo grande
es casi siempre fruto de la determinación y la tenacidad. Educar la voluntad es
un trabajo que requiere esfuerzo diario. Hay que utilizar herramientas tan
concretas como la disciplina, el orden, la constancia y la ilusión. Hay que
saber renunciar a la satisfacción de lo inmediato en función de metas futuras.
Pero
merece la pena. Antes o después, van llegando los frutos. La persona se va
haciendo más libre y más dueña de sí misma. No se doblega fácilmente a las
dificultades. Su vida va alcanzando una madurez que enriquece a quienes encuentra
en su camino.
El
modelo más limpio lo encuentra el cristiano en ese Jesús capaz de ser fiel a su
misión, a pesar de los rechazos y desprecios que encuentra en su camino. El
evangelista Lucas nos dice que sus propios vecinos de Nazaret trataban de «despeñarlo»,
pero él «se abrió paso entre ellos» para continuar su tarea salvadora.
Ed. Buenas Noticias
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