El Magníficat es un cántico que revela, en
filigrana, la espiritualidad de los «anawim» bíblicos, es decir, de los fieles
que se reconocen pobres, no sólo por el desprendimiento de toda idolatría de
las riquezas y del poder, sino también desde la profunda humildad de corazón,
despojado de toda tentación de orgullo, abierto a la irrupción de la salvadora
gracia divina. Todo el Magníficat está, en efecto, marcado por esta situación
de humildad y pobreza concretas...
El alma de esta oración es celebrar la gracia divina que ha hecho irrupción en el corazón y la existencia de María, haciendo de ella la Madre del Señor...: la alabanza, la acción de gracias, el júbilo agradecido. Pero este testimonio personal no es solitario ni intimista, puramente individualista, porque la Virgen es consciente de que tiene una misión que cumplir para la humanidad y que su historia personal está dentro de la historia de salvación... Por esta alabanza al Señor, la Virgen da su voz a todas las criaturas rescatadas que, en su “hágase”, y en la persona de Jesús nacido de la Virgen María, encuentran la misericordia de Dios... Es como si la voz de María, se asociara a toda la comunidad de fieles que celebran las sorprendentes elecciones de Dios...
Es evidente la forma de comportarse del Señor de la historia: se pone en la hilera, al lado de los últimos. Su proyecto es un proyecto a menudo escondido bajo el terreno opaco de los quehaceres humanos, que ven triunfar a «los soberbios, los poderosos, los ricos». Y sin embargo, su fuerza secreta está, finalmente, destinada a ser desvelada, para mostrar quienes son los verdaderos preferidos de Dios: «Los que le temen», fieles a su Palabra; «los humildes, los hambrientos, Israel su siervo», es decir, la comunidad del Pueblo de Dios que, como María, está constituida por aquellos que son «pobres», puros y sencillos de corazón.
Benedicto PP XVI
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