“Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Jesús nos interpela directamente,
quiere oír de nuestra propia boca qué opinamos, qué creemos, por qué lo
seguimos, hasta dónde llega nuestra fe. Nuestra respuesta, como en su día la de
Pedro, tiene mucha importancia para Él y quiere que con nuestra propia
reflexión calibremos y estemos seguros de las consecuencias de su seguimiento.
A cada
uno nos pregunta: para ti, ¿quién soy? Ante esta pregunta tan directa y
personal no cabe nada más que una respuesta sincera y personal. Cada cual en el
instante de escuchar la interpelación tendrá que dar su respuesta y esta en
circunstancias normales deberá coincidir con la de Pedro. Pero ¿y cuando nos
encontramos en horas bajas? ¿qué respuesta damos al Señor? En este caso a lo
mejor tendrá que increpar nuestra actitud como al segundo Pedro. Entonces
avergonzados solo nos quedará que decirle que tenga en cuenta que somos hombres
y por tanto nos cuesta pensar como Dios, que tenga paciencia con nosotros, que
no desespere ni nos abandone y nos conceda una nueva oportunidad.
Cada
cual a su modo y según su conciencia, porque no lo podemos engañar, le
tendremos que dar nuestra respuesta personal e intransferible: Un amigo al que
acudo de vez en cuando si me vienen mal dadas. Un buen amigo al que todo se lo
cuento y al que acudo cuando tengo alguna necesidad porque nunca defrauda. El
amigo íntimo que nunca me falla, que siempre está dispuesto, que me aconseja lo
mejor, que aguanta sin inmutarse mis estupideces porque es congruente en su
amor. Es mi Dios y Señor al que todo le debo y como a tal lo tengo que tratar
con respeto y proclamarlo sin miedo ni vergüenza ante los demás y además es este
amigo íntimo, confidente y paciente con mis pecados que ha demostrado hasta
saciedad, derramando hasta la última gota de su sangre, que me ama y al que amo
de todo corazón.
Ojalá
y esta última sea mi respuesta no retórica, sino verdadera y sentida.
Pedro José Martínez
Caparrós
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