La verdadera misericordia nada tiene que ver con paternalismos o maternalismos que hieren la dignidad de los pobres, ni con asistencialismos que descuidan la promoción responsable de los beneficiarios como sujetos de su propia liberación. Y es ofensiva del evangelio la conducta de quienes, para blanquear su conciencia manchada con negocios inmorales, hacen donativos a la Iglesia para que ayude a los pobres. Sin embargo, la misericordia como sentimiento de compasión ante la miseria de las personas y práctica liberadora en la superación de la misma, es hoy artículo de primera necesidad. Lo económicamente rentable se impone cada días más como ley única, y cada vez cuentan menos las personas que no tienen recursos porque no pueden y no saben. Por eso la tarea evangelizadora más importante de la Iglesia en esta situación es ser testigo de la misericordia.
Los cristianos necesitamos acoger esa misericordia que Dios mismo nos regala. No tenemos derecho ni motivos para deslizarnos por el mundo como alma en pena con la cara de poco redimidos.
Mientras el fariseo que sube al templo para orar tratando de manipular a Dios es incapaz de recibir gratuitamente amor, el publicano que gusta la cercanía misericordiosa de Dios respira sentimientos de paz y de confianza. El buen samaritano se inclina con amor hacia el expoliado junto al camino, porque antes acoge y se deja transformar por la misericordia de Dios que vibra cuando ve sufrir a los pobres. Más aún, si somos capaces de mirar con ojos limpios, la creación y la humanidad están, como dice el Vaticano II, "funda-mentadas y acompañadas por el amor del Creador y liberadas por Cristo". El mundo está trabajado ya por el Espíritu; en él brotan sentimientos y prácticas de misericordia antes de que la Iglesia llegue. Tarea y vocación de la comunidad cristiana es acoger estos signos históricos de gracia, trabajando para que las semillas den fruto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario