lunes, 25 de febrero de 2019

Un silencio elocuente







Cuando uno entra en clausura, lo que más llama la atención a los «de fuera» y así se comenta con frecuencia, es que allí se percibe, se respira y hasta se oye el silencio que envuelve, el oasis de reposo, la tranquilidad y el descanso tan diferentes del mundanal ruido al que estamos acostumbrados. ¿Qué dice Dios en su silencio? Por toda respuesta, expresando con toda sencillez sus propias vivencias, responden los contemplativos con su vida más que con sus palabras; Son ellos, los contemplativos, depositarios de los secretos de Dios. En medio de su soledad y silencio, reciben la infusión secreta de la elevación. En ésta se comunica y revela el mismo Dios.

El contemplativo pasa el día y la noche en trato asiduo con el Señor en la oración, en el silencio del amor, perdido en Él. En su misericordia y bondad infinitas, Él regala a veces al contemplativo una viva experiencia cuando le pide «inclinar su oído» y escuchar su oración. Esto inunda de alegría grande, al tiempo que compromete a mucho. Y llega a estremecerse ante tanta misericordia y condescendencia divinas. Más aún, agradece y aprovecha esta intercesión y amor con que Dios le trata e intenta alcanzarla para todos los hombres. Esto es lo que da al alma del contemplativo una alegría y empuje sobrenaturales, maravillosos.

El lenguaje del contemplativo es su propia experiencia de Dios. Nadie se lo ha contado, sino que él la ha gustado muchas veces. El silencio del contemplativo nos habla también del sentido de nuestra existencia. Nos explica quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos, cuál es nuestra meta y nuestro galardón. Su silencio nos habla de que en Dios vivimos, nos movemos y existimos. Silencio, que es experiencia del Infinito que nos rodea. Estamos, por lo mismo, inmersos en Él. Un silencio llama a otro «silencio», cuando, «con voz de aguas caudalosas», irrumpe en él y lo deja sumergido en su propio Ser. El silencio del contemplativo habla del eterno y de la eternidad, del cielo y de la suprema felicidad, que Dios ha preparado para todos y que nos dará de hecho. Importa, pues, que sepamos gozar de ella.

Rafael Palmero 


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