Reflexiones al Salmo 89
Antes que
naciesen los montes, o fuera engendrado el orbe, desde siempre y por siempre tú
eres Dios…
Ya la Antífona inicial nos invita a saciarnos de
Dios. Y es que la Palabra de Dios sacia todas las ansias del hombre. En el
Evangelio de Marcos, (Mc 14, 13-21) no cuenta el milagro de “los panes y los peces”. Jesús en su predicación,
llegada una hora avanzada, ante el
entusiasmo de la gente, que no se quiere ir, les pide que se recuesten en la
hierba, - bellísima imagen de las ovejas
a la escucha de su Pastor -, y realiza el milagro. Y dice concretamente
el Evangelio, que al comer el pan del milagro, que representa el Pan de la
Palabra, “se saciaron”.
Pues, de esa misma forma, comienza el Salmo,
pidiendo a Dios el saciarnos de las mieles dulcísimas de su Palabra.
Y dice el salmista, saciado de Dios, que él siempre
ha estado ahí desde siempre…incluso cuando no le percibía, aun cuando no sentía
su Presencia. Incluso, desde antes “que naciesen los montes”. Sabemos que los
montes, en le lenguaje bíblico, representan los lugares donde habitan nuestros
ídolos…Pues, incluso antes de que nuestros ídolos tomaran posesión de nuestro
entender, ya Dios nos tenía presentes en su Pensamiento.
… ¡Cómo nos
ha consumido tu cólera, y nos ha trastornado tu indignación!...” Pensemos que la expresión, que refiere a la cólera,
o la ira, o la indignación de Dios, más que confundirnos con la idea de una
determinada expresión divina que puede infundirnos temor, llevada del “color”
de la imaginería oriental, que anuncia con imágenes lo que quiere expresar con
palabras, revela una actitud de Dios, que se acerca al hombre para su
purificación. Y resuelve la estrofa, con este hermoso versículo: “…pusiste nuestras culpas ante, ti, nuestros
secretos ante la Luz de tu Mirada, y todos nuestros días pasaron bajo tu
cólera, y nuestros años se acabaron como un suspiro…” Es decir, a la luz
del Evangelio, que es la Mirada de Dios, puestos nuestros pecados ante Él,
florece el perdón, olvida el Señor las ofensas, y olvida nuestra vida anterior.
Por eso el salmista, llevado en las alas de Dios,
pide: “…enséñanos a calcular nuestros
años…”; son tantos los años baldíos sin su Presencia, que a lo mejor
estamos aún en los pañales de un niño, esperando ese alimento, que “mana leche
y miel…” como dirán los profetas.
Y suplica: “…baje
a nosotros la bondad del Señor, y haga prosperas las obras de nuestras manos…”
Tomas Cremades Moreno
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