Cuando terminó de enseñar a la gente
le dijo a Simón. “Rema mar adentro y
echad vuestras redes para la pesca”. A lo que Simón replicó: “Maestro, hemos estado bregando toda la
noche y no hemos recogido nada, pero por tu palabra echaré las redes”.
Podríamos simbolizar la tierra firme,
para los cristianos, como aquellas cosas materiales que nos proporcionan una
cierta defensa de lo mío y de los míos. Son una serie de avatares, ocupaciones,
bienes, amigos, etc. a los que con suma frecuencia nos asimos como sinónimos de
seguridad, protección, tranquilidad, estabilidad, etc. Todas estas, en sí mismas,
no son malas y mucho menos pecaminosas, pero sí dejan ciertas adherencias en
nuestro espíritu de tal forma que no permiten liberarnos adecuada y totalmente
y no nos dejan volar a niveles superiores, nos subyugan, nos esclavizan y a su
vez les entregamos todas nuestras fuerzas. Constituyen el grueso de la brega
diaria de cualquier persona y por ende del cristiano. Son los quehaceres
diarios, rutinarios la mayoría de las veces, que ocupan gran parte de nuestras
vidas y que los sufrimos sin pena ni gloria.
En cambio el mar, podríamos
utilizarlo como metáfora de aquella otra forma de vida más acorde y adecuada
para una vida menos material y más espiritual. Sí a la brega diaria, pero
levando anclas y desplegando velas, es decir, buscando lo liberalizador, lo
trascendental lo que sosiega y da paz, esto es, lo espiritual.
Por ello el Maestro le dice a Simón
que reme mar adentro. En realidad lo que le dice es que se aleje de lo terrenal
y le dedique más tiempo a Dios. Que bregue por las cosas importantes y se vaya
deshaciendo del lastre. No le pide que abandone su trabajo ‒echad
vuestras redes para la pesca‒,
sino que lo haga de otro modo.
Simón se percata enseguida de la
diferencia de la forma de trabajar y, a pesar de que está cansado de la brega
de toda la noche, está presto y dispuesto a comenzar de nuevo con las
recomendaciones que le ha dado el Maestro. Por ello le dice “…pero por tu palabra echaré las redes”.
Ha encontrado el secreto para el bien bregar y este no es otro que hacerlo en
nombre del Señor. Todo nuestro secreto para actuar correctamente en la vida es
seguir haciendo las mismas cosas, pero en nombre del Señor. Nosotros ponemos de
nuestra parte todo el interés en ese trajo rutinario, en las relaciones y
convivencia con conocidos, amigos y familiares, la única diferencia es que todo
ello lo ponemos en manos del Señor. Ese es el único secreto para obtener una
pesca milagrosa: echar las redes, como Simón, por la palabra del Maestro.
Señor te ofrezco el trabajo diario,
las relaciones con el prójimo, los sinsabores y las alegrías de cada día,
también mi descanso y ocio, todo lo pongo en tus manos. Lo demás corre por tu
cuenta, Tú sabrás si me conviene una pesca más o menos milagrosa. Tú sabrás
cuántos peces podrá soportar mi pobre y desgastada barca.
Pedro José Martínez Caparrós
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