La “matriz cultural” de nuestra sociedad, lo queramos o no, es de productores y consumidores. La cultura dominante constituye un proyecto de realización y felicidad que nos deshumaniza. Sus rasgos fundamentales son:
a) El individualismo:
cada uno busca su propio interés, gusto y conveniencia. Esto deriva en una
competencia feroz y en la disolución paulatina de las relaciones sociales.
b) El
hedonismo-consumismo: la felicidad consistiría en la búsqueda permanente del
propio gusto. El consumo incesante de bienes y sensaciones es lo que
supuestamente nos realiza como personas. La verdadera libertad consiste en
poder elegir, desechar o cambiar cualquier producto.
c) El
relativismo y subjetivismo: al no reconocer ningún valor universal, cada uno
establece el criterio de su propia moralidad.
d) El
secularismo: vivir en la práctica como si Dios y los otros no existieran.
Frente a
este sistema de producción y consumo, la “matriz cultural” de la antropología
cristiana tiene los siguientes rasgos fundamentales:
1) La
comunión: aunque seamos singulares no somos individuos aislados sino personas
sociales-comunitarias. Nuestra humanidad se realiza en la comunión
interpersonal y social con los demás y con Dios. Buscar el interés de los demás
es lo que realmente nos humaniza y planifica.
2) El
servicio: no somos creados para competir sino para colaborar por una existencia
digna para todos. El camino de la felicidad no es por tanto el consumismo sino
el poner la vida al servicio de los demás para que todos puedan vivir.
3) La
dignidad humana y la libertad: los cristianos creemos que existen valores
universales, una Verdad sobre el ser humano. Nuestra libertad no consiste en
poder elegir, desechar o cambiar tal o cual producto, sino en buscar juntos la
verdad aunque seamos diferentes o pensemos distinto. Los otros son el criterio
fundamental de la moralidad personal y social: especialmente los empobrecidos o
los más desfavorecidos.
4) Hijos
y hermanos: todos formamos una única y misma familia, parte de un proyecto
común que podemos construir juntos desde nuestra libertad. Reconocer esto es lo
que más nos dignifica y humaniza.
La
pandemia nos está dando una gran cura de realismo y de humildad. Nos ha ayudado
a descubrir lo esencial del ser humano: la vocación a la comunión en el amor y
la libertad es lo propio del ser humano, y el «vivir para los demás»,
ayudándoles a descubrir su verdadero origen y su meta definitiva. Los otros no
son mis competidores sino los que hacen posible mi propia realización y
felicidad. Nuestra humilde contribución social como creyentes será ofrecer al
mundo nuestro proyecto de humanización y felicidad: el Evangelio, encarnado en
la vida cotidiana.
Con mi
afecto y bendición,
+ Ángel
Pérez Pueyo
Obispo de
Barbastro-Monzón
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