Caminaba por la calle de vuelta a casa… Hacía mucho tiempo que no salía y me aventuré a dar un paseo hasta una tienda cercana.
¡Qué triste está la
gente! No hay gestos ni ojos que iluminen vida, es descorazonador ver como la
alegría ha desaparecido del rostro que asoma por las mascarillas del mundo.
El color gris de
las calles se ha trasladado a las miradas y la desesperanza se transmite como
si no hubiera futuro. ¡Qué pena y qué dolor de muchas almas huérfanas! Veo
desde mi ventana a hijos desmantelando casas vacías de padres que no salieron
adelante; luces que no se apagan día tras día…
Ambulancias que
esperan bajo las ventanas a enfermos que no volverán en largo tiempo o nunca
más. Tras los cristales de los hogares se vive la amargura y el miedo a ser el
próximo en salir hacia “lo desconocido”.
La oración se ha
vuelto el constante e imprescindible hecho para pedir que nadie enferme en tu
casa, en tu familia y amigos; mientras, cientos de whats aparecen en los
móviles para que sonrías por unos segundos en las habitaciones que atrapan la existencia.
¡Qué curioso que la
tv no haga anuncios con media cara tapada o en estado de reclusión! La falsedad
de un mundo pasado que ya no existe, acrecienta la melancolía viviente y te lo recuerdan
minuto tras minuto.
¡Qué triste
vivencia! El tiempo se ha vuelto gris…
Emma Díez Lobo
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