Los discípulos de Jesús
crecemos ante sus ojos, no ante los de los hombres. No olvidemos que así fue
como creció Jesús, a los ojos de su Padre, como fue profetizado: "Creció
en su presencia - la de Dios - como raíz de tierra árida" (Is 53,2). Sí,
hemos leído bien, Jesús creció, como raíz aparentemente seca en un erial:
recordemos que los dirigentes del pueblo de Israel rechazaron sistemáticamente
el Evangelio que su Padre ponía día tras día en su corazón y en sus labios
(Jn 12,49-50).
Lo rechazaban porque
atentaba contra la gloria humana de la que eran esclavos a pesar de sus
aparentes piedades. Prefirieron someterse a la aprobación de los hombres antes
que a la Ternura con la que Dios envuelve a quienes se abrazan al Evangelio de
su Hijo.
Todos tenemos la
tentación de encaramarnos al pedestal -de barro- de la mirada complaciente de
los demás. Tentación que se desvanece cuando tomamos conciencia de que vivir
como Jesús bajo la amorosa mirada de Dios, supone estar en su Presencia. Así es
como vamos creciendo... y cuando dejamos este mundo... nuestra alma ya está
lista para apretarse contra Él, como ardientemente desea el salmista (63,9).
P. Antonio Pavía
https://www.comunidadmariamadreapostoles.com/
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