En el ritmo celebrativo de la Navidad, la liturgia de la Iglesia nos propone, en la contemplación del misterio de la Encarnación, el ejemplo de la Sagrada Familia. El hecho de que Dios se haya hecho hombre en el seno de una familia, que se haya encarnado, nos hace pensar, como decía Benedicto XVI, que “este modo de obrar de Dios es un fuerte estímulo para interrogarnos sobre el realismo de nuestra fe, que no debe limitarse al ámbito del sentimiento, de las emociones, sino que debe entrar en lo concreto de nuestra existencia, debe tocar nuestra vida de cada día y orientarla también de modo práctico” (Audiencia 9-I-2013).
Este año,
tan marcado por la pandemia que nos aflige, en esta Jornada de la Sagrada
Familia, los obispos hemos querido fijarnos muy concretamente en los miembros
de nuestras familias que son más vulnerables, en este caso los ancianos,
proponiendo como lema “Los ancianos, tesoro de la Iglesia y de la sociedad”.
Sobre todo, porque la vulnerabilidad de los mayores se ha hecho más patente en
estos tiempos de la COVID-19, y porque nuestra sociedad, con frecuencia, cae en
la insensibilidad con los mismos, como se demuestra en ocasiones incluso a
nivel de proyectos legislativos, fruto, sin duda, de la cultura del descarte de
la que nos habla tanto el papa Francisco.
Pero
ellos son el tesoro de la Iglesia. Ellos nos han transmitido la fe católica y,
con ella, el sentimiento de pertenencia a la comunidad cristiana. Generalmente
lo han hecho a través de la familia, Iglesia doméstica, en la que nos han
enseñado a creer en Dios, invocarlo y testimoniarlo entre los hombres. Mi
llamada de atención quiere ir destinada, precisamente, a las iglesias
domésticas de la Diócesis, a las familias, para que no se dejen influenciar por
la cultura del descarte dominante, que “aparca” a los ancianos como si no
tuvieran valor sus vidas y sus enseñanzas. Al contrario, como dice el Santo
Padre: “Hoy en día, en las sociedades secularizadas de muchos países, las generaciones
actuales de padres no tienen, en su mayoría, la formación cristiana y la fe
viva que los abuelos pueden transmitir a sus nietos. Son el eslabón
indispensable para educar a los niños y a los jóvenes en la fe.” (Discurso,
30-I-2020). Pues que tengan el lugar que les corresponde y valoremos su
experiencia y su servicio. También los ancianos, discípulos misioneros del
Señor, participan activamente de la Iglesia que se sabe llamada a una
conversión pastoral misionera.
También
los ancianos son el tesoro de la sociedad. Los cristianos tenemos que
reaccionar, fundamentados en la comprensión de la persona que nos ofrece
nuestra fe, a las “ideas mundanas” que ensalzan excesivamente lo joven y
quieren prescindir de los ancianos, de su rica aportación y de su benéfica
presencia. Animo a la comunidad diocesana a integrar a los ancianos en la
familia eclesial, a intensificar las acciones que ya lleva a cabo para atender
a los ancianos en sus necesidades espirituales y materiales, y a usar de la
creatividad para que nuevas iniciativas den oportunidades a los ancianos para
poner a disposición de los demás su propio tiempo, sus capacidades y su
experiencia, a la vez, que todos nos esmeremos en la atención y el cuidado de
nuestros mayores.
Por
último, quiero agradecer a Dios el testimonio que nos dan tantas personas que
se dedican al cuidado de los ancianos, tanto a sus familias, como a las
comunidades religiosas, parroquias e instituciones que sostienen con grandes
esfuerzos y mucho amor sus residencias para mayores. Y quiero destacar el
servicio profesional y abnegado de tantas personas que trabajan en el sector
sanitario y asistencial y que están volcados con los ancianos, especialmente en
estos momentos de pandemia.
En esta
fiesta tan entrañable resuena con fuerza el mandamiento del Decálogo: “Honra a
tu padre y a tu madre”, que pone de manifiesto el vínculo que existe entre las
generaciones. Honrar a los ancianos supone valorar sus cualidades, acogerlos y
asistirlos.
Que el
Señor nos ayude a todos los diocesanos a hacer realidad esta hermosa forma de
vida y de relaciones entre nosotros.
Para
todos, mi abrazo fraterno y mi bendición,
✠
Santiago Gómez Sierra
Obispo de
Huelva
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