viernes, 4 de diciembre de 2020

María, en la Historia de la Salvación

 


 En el camino de Adviento la Virgen María ocupa un lugar especial, porque ella esperó la realización de las promesas de Dios de un modo único, con inefable amor de Madre. Los libros del Antiguo Testamento describen la Historia de la Salvación, en la que se va preparando la venida de Cristo al mundo. El Concilio Vaticano II, en la Constitución Lumen Gentium sobre la Iglesia, se refiere a las palabras con las que Dios revela su plan de salvación después de la caída de Adán y Eva, y afirma que María es aludida proféticamente en la promesa de victoria sobre la serpiente: «Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar» (Gén 3,15). En estas expresiones se percibe la voluntad salvífica de Dios desde los orígenes de la humanidad. Frente al pecado, el Señor abre una perspectiva de salvación y se revela el destino de la mujer que se convertirá en su principal colaboradora.

María es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será Emmanuel, según el anuncio del profeta Isaías, al que el evangelista Mateo atribuye un significado cristológico y mariano: «Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del profeta: Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa: «Dios con nosotros»» (Mt 1,22-23). Del mismo modo lo recuerda el profeta Miqueas, que alude al nacimiento del Emmanuel: «Y tú, Belén Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha de gobernar Israel; sus orígenes son de antaño, de tiempos inmemoriales» (Miq 5,1-2). En María se cumplen las promesas de los profetas. Ella es la Hija de Sion, en la que se realiza la transición de Israel a la Iglesia.

En la Anunciación responde a la propuesta que el ángel le presenta con una obediencia total a la voluntad de Dios. Su aceptación precede a la Encarnación, y así María, hija de Adán, fue constituida Madre de Jesús. Es invitada a alegrarse sobre todo porque Dios la ama y la ha colmado de gracia, porque ha sido elegida y destinada a ser Madre de Cristo. Ella es toda santa, inmaculada, limpia de toda mancha de pecado. Responde al anuncio del ángel con humildad y disponibilidad, y se consagra totalmente a sí misma a la persona y a la obra de su Hijo, cooperando al misterio de la Redención.

Contemplamos cómo después se pone en camino y va con decisión a la montaña, a visitar a Zacarías e Isabel. De esta manera se convierte en modelo para quienes a lo largo de la historia también se pondrán en camino para llevar la luz y la alegría de Cristo a los demás. Cuando el saludo de María llega a oídos de Isabel, el niño salta de gozo en su seno. Es la alegría de la salvación que ha llegado a aquella casa, es la alegría que produce la presencia del Mesías. También Isabel sintió la alegría mesiánica y «quedó llena de Espíritu Santo; y exclamó con gran voz: «¡Bendita tu entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!» (Lc 1,42). Feliz la que ha respondido a Dios con la obediencia de la fe. María responde al saludo de Isabel entonando el Magníficat, el canto de los «pobres de Yahvé», los humildes de corazón que rechazan la tentación del orgullo, de la riqueza y del poder.

En este segundo domingo de Adviento, a las puertas de la solemnidad de la Inmaculada Concepción, pedimos a María, Madre de la esperanza, que nos ayude a reavivar la esperanza, que nos enseñe a preparar los caminos del Señor, para que este mundo nuestro vuelva a tomar el camino que lleva a Belén, donde se encuentra el que viene a traernos la luz y la salvación, también en estos tiempos inciertos que vivimos..

+Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa

 

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