María es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será
Emmanuel, según el anuncio del profeta Isaías, al que el evangelista Mateo
atribuye un significado cristológico y mariano: «Todo esto sucedió para que se
cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del profeta: Mirad: la virgen
concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que
significa: «Dios con nosotros»» (Mt 1,22-23). Del mismo modo lo recuerda el
profeta Miqueas, que alude al nacimiento del Emmanuel: «Y tú, Belén Efratá,
pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha de gobernar
Israel; sus orígenes son de antaño, de tiempos inmemoriales» (Miq 5,1-2). En
María se cumplen las promesas de los profetas. Ella es la Hija de Sion, en la
que se realiza la transición de Israel a la Iglesia.
En la Anunciación responde a la propuesta que el ángel le presenta con
una obediencia total a la voluntad de Dios. Su aceptación precede a la
Encarnación, y así María, hija de Adán, fue constituida Madre de Jesús. Es invitada
a alegrarse sobre todo porque Dios la ama y la ha colmado de gracia, porque ha
sido elegida y destinada a ser Madre de Cristo. Ella es toda santa, inmaculada,
limpia de toda mancha de pecado. Responde al anuncio del ángel con humildad y
disponibilidad, y se consagra totalmente a sí misma a la persona y a la obra de
su Hijo, cooperando al misterio de la Redención.
Contemplamos cómo después se pone en camino y va con decisión a la
montaña, a visitar a Zacarías e Isabel. De esta manera se convierte en modelo
para quienes a lo largo de la historia también se pondrán en camino para llevar
la luz y la alegría de Cristo a los demás. Cuando el saludo de María llega a
oídos de Isabel, el niño salta de gozo en su seno. Es la alegría de la
salvación que ha llegado a aquella casa, es la alegría que produce la presencia
del Mesías. También Isabel sintió la alegría mesiánica y «quedó llena de
Espíritu Santo; y exclamó con gran voz: «¡Bendita tu entre las mujeres y
bendito el fruto de tu vientre!» (Lc 1,42). Feliz la que ha respondido a Dios
con la obediencia de la fe. María responde al saludo de Isabel entonando el
Magníficat, el canto de los «pobres de Yahvé», los humildes de corazón que
rechazan la tentación del orgullo, de la riqueza y del poder.
En este segundo domingo de Adviento, a las puertas de la solemnidad de
la Inmaculada Concepción, pedimos a María, Madre de la esperanza, que nos ayude
a reavivar la esperanza, que nos enseñe a preparar los caminos del Señor, para
que este mundo nuestro vuelva a tomar el camino que lleva a Belén, donde se
encuentra el que viene a traernos la luz y la salvación, también en estos
tiempos inciertos que vivimos..
+Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
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