A pesar de todo, a pesar de ser la soberbia personificada, a pesar de su odio enfermizo hacia los cristianos llegando incluso a participar en el martirio de San Esteban, Jesús se fijó en él y le llamó, hablamos de Pablo, al Discipulado camino a Damasco. Hubo algo en ese encuentro que le llegó al alma a Jesús. Caído en tierra, Pablo vio en un instante luminoso su lamentable vida y dijo a Jesús: ¿Qué he de hacer Señor? No le prometió nada, le dio lo más valioso que tenía: puso en manos de Jesús su libertad, una hoja en blanco para que escribiese lo que quería de él.
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