El Salmo 132
recoge el vivo deseo de David por construir la Casa de Dios, el Templo de
Jerusalén. No quiere dar descanso a sus ojos ni a sus párpados hasta que Dios
tenga su Lugar Santo, de ahí que no escatime esfuerzos en reunir grandes
cantidades de oro, plata, bronce, etc., para su construcción.
Será su hijo
Salomón quien con todos estos preparativos edificará el Templo. El salmo
culmina con esta promesa de Dios a David: "Sobre él brillará mi
diadema". David ha pecado mucho, pero fue tal su arrepentimiento que su
corazón alcanzó la humildad que agrada a Dios. Nuestro corazón vuela a este
pasaje bíblico: "Delante de la Gloria va la humildad (Prv 15,33).
Se cumplió en
David: Delante de la Diadema prometida por Dios, caminaba su corazón humilde.
Lo grandioso es que esto es también una profecía de Dios sobre los discípulos
de su Hijo. Después de peregrinar por un mundo que nos odia y humilla (Jn 15,
18.), Dios realza nuestra cabeza con su Diadema: "su Nombre Santo y
Glorioso ..." (Dn 3,52),
"...Verán el
rostro de Dios y llevarán su nombre en la frente" (Ap 22,4).
P. Antonio Pavía
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