Ser católico no se lleva por fuera, se lleva en el alma. No nos ponemos una cruz al cuello para adornarnos ni lo vamos diciendo por ahí. Es intentar aprender de Jesús en el trato con los demás, llevarle en las cosas de la vida:
Recuerdo que como tripulante
en mis vuelos “complicados”, que por cierto hubo un montón, mordía la cruz que
llevaba sin dejar de rezar; si supierais como quedó... llena de marcas de mis
“paletos” delanteros ¡Pobre cruz, menos mal que era maciza! Pero cuánto me
acompañó allí arriba...
Ahora veo cruces colgando en
orejas o tatuadas en la piel... Me da tristeza. La Cruz no puede ser tatuada -Lev
19,28, lo prohíbe-; es absurdo e irreverente; si conocieran a Cristo sabrían
que no Le gusta estar pintado en la piel de ningún humano.
Cuando la gente nos importe,
cuando la caridad circule por nuestra sangre, seremos católicos. El tema está
en que, si no escuchamos a Jesús y no Comulgamos en Gracia, difícilmente amaremos
al hombre o rezaremos por la conversión de muchos.
Ser católico se lleva dentro
y la Iglesia es el apoyo necesario. Rezar por el que necesita, por el
desconocido que te cruzas y te conmueve, por quién ves morir en las noticias...
Pero no intentemos ser “buenísimos”
ni hagamos cosas extraordinarias pensando en el premio de Dios. No, no funciona
así la cosa, es más sencilla: CONFIANZA
plena en la Palabra no alterada, nos
hará mejores sin darnos cuenta.
Emma
Diez Lobo
No hay comentarios:
Publicar un comentario