El próximo día 25 de marzo, fiesta de la Anunciación del Señor, la Iglesia
celebra la Jornada por la Vida. Una jornada que va cobrando cada vez más
importancia a medida que la vida se ve amenazada.
Esperando su consentimiento, el ángel Gabriel anunció a María que sería la
madre del Hijo del Altísimo, justo nueve meses antes de su nacimiento, el 25 de
diciembre. Esta es la fiesta de la “Encarnación”, la verdadera Navidad: desde
su concepción, Jesús es ya Dios-con-nosotros, Enmanuel. El Hijo de Dios también
fue un “cigoto”, un embrión, un feto, y como tal, se unió “en cierto modo” a
todo ser humano que se encuentra en esa situación: Se hizo se semejante en todo
a nosotros menos en el pecado (cf. GS 22).
Es llamativo celebrar esta fiesta navideña en torno a la Semana Santa. Esto
nos hace ver que la “cuna” y la “cruz” se iluminan mutuamente: la vida que
recibimos como don adquiere todo su valor cuando la entregamos. Y, cuando
hablamos de “entregar” la vida, no nos referimos al suicidio o al deseo de
morir, sino a hacerla fructificar en favor de los demás.
Hace unos días, un medio de comunicación nacional decía que el Tribunal
Constitucional afrontará la revisión de la Ley de la eutanasia de España porque
“el valor de la vida no es un valor absoluto”. Si bien la vida es para
entregarla y gastarla por un bien superior, es difícil de entender que unas
leyes positivas y de consenso sean las que puedan determinar el valor de la
vida, dependiendo de la edad, de las limitaciones, del estado de desarrollo…
El derecho a la vida no es un derecho que conceda el Estado y que se
determine por votación mayoritaria (como ir a votar a los 18, o recibir pensión
a los 65). La vida es un hecho, más que un derecho; es un don y el Estado no lo
puede dar, aunque se apropie la capacidad de quitarlo.
El artículo 15 de nuestra Constitución dice que “todos tienen derecho a la
vida y a la integridad física y moral”. Esto constituye un auténtico logro de
la humanidad porque defiende que nadie merece morir. La vida, incluso de los
asesinos, de los prisioneros de guerra, de los forasteros, de los diferentes,
de los enfermos, de los ancianos… es igualmente valiosa, y no es negociable
según las circunstancias personales o sociales.
Si se resquebraja este principio se pueden dar muchas excepciones e interpretaciones.
¿Por qué no sé van a cuestionar en otras ocasiones? Por eso el lema de la
Jornada este año es “Contigo por la vida siempre”. Este “siempre” significa
desde la concepción hasta la muerte natural. Y “contigo” significa acompañar y
cuidar la vida, especialmente cuando más se necesita. A veces entendemos una
vida digna como una vida independiente, y cuando no nos valemos por nosotros
mismos somos descartables. El papa Francisco repite en varias ocasiones que el
nivel de humanidad se mide por el cuidado y el respeto que tenemos con los
demás, especialmente a los más vulnerables.
¿Cuál es el nivel de crecimiento en humanidad que tenemos los hombres de
hoy? A veces parece que vamos hacia atrás como los cangrejos: asistimos a
guerras que parecían ya superadas con los foros de diálogo y negociación en los
organismos internacionales; volvemos a legalizar la muerte, aunque ahora no la
llamamos ejecución por una pena, sino derecho por una dificultad. Todo lo que
destruye una guerra hay que reconstruirlo después, pero las vidas perdidas no
podemos devolverlas. Hay acciones que no permiten una segunda oportunidad, son
para siempre. Que no nos equivoquemos para mal, sino que concedamos el
beneficio de la duda para bien.
El día 26, en la parroquia Nuestra Señora de Fátima de Cáceres, tendremos
la eucaristía diocesana por la vida organizada por la Delegación Familia y
Vida, pero en todas las parroquias se rezará especialmente por el respeto a
este don que nos viene directamente de Dios.
Con mi bendición,
+ Jesús Pulido Arriero
Obispo de Coria-Cáceres
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