Cuando una persona o un colectivo
deciden desaparecer del foco, entonces se encapsulan, se enrocan, se encierran
y encastillan. Es la imagen de la cerrazón que en no pocos lugares se
escenifica. Barrios residenciales que tienen aduana y carabineros para examinar
al que se adentra. Casas de lujo con inmensas tapias como si fueran monasterios
medievales. Todo tipo de artilugios telemáticos, con vídeos e infrarrojos para
detectar cualquier movimiento intruso. Supongo que será algo de este tiempo
extraño, donde tanta mediocridad inculta usufructúa de favores, privilegios y
prebendas en medio de una sociedad que quiere ser tolerante y abierta, pero que
a veces se torna en lamentables casos conocidos en autoritaria y corrupta.
Signos de estos tiempos que corren, que como decía la célebre zarzuela de Tomás
de Bretón, son como las ciencias de hoy que adelantan una
barbaridad. Lo que ocurre es que no estamos en 1894 ni esto
es la Verbena de la Paloma.
Ahí nos encontramos en este mes de marzo
recién estrenado ya. Un mes que nos trae a los cristianos algunas efemérides de
profundo y querido arraigo en nuestro imaginario religioso y cultural. Apunta
en lontananza la figura de José de Nazareth, modelo de tantas cosas y amigo de
andanzas entre las virutas de nuestro particular taller. Y junto a su figura,
que emerge como paradigma de paternidad silenciosa y respetuosa con el don de
la vida que Dios pone a nuestro cuidado, está esa jornada que cada año nos
convoca en el día del seminario.
No voy a caer en la habilidad artera de aquel
predicador astuto, que decía en el día de su fiesta, que san José era
carpintero, los confesionarios son de madera, y dedicó su sermón a hablar del
sacramento de la confesión en esa festividad litúrgica. Y se quedó tan pancho.
Pero la relación entre san José y el seminario donde se forman nuestros futuros
sacerdotes, sí que tienen esa concomitancia amable y atendible. A José le
asignaron la vida de Jesús y la de María, encargándole que las cuidara y
acompañara. Él no engendró al hijo de María, su esposa virgen, pero esa vida
Dios la puso entre sus manos amorosas. Tal cuidado fue su mejor obra de arte
del mejor de los ebanistas artesanos de la historia.
Nuestro seminario de Oviedo tiene dos sedes.
El seminario Metropolitano de tanta raigambre histórica en la
Diócesis ovetense, y el seminario Redemptoris Mater con una
proyección misionera. En total tenemos casi treinta seminaristas (contando a
los dos jóvenes santanderinos que están con nosotros). Un regalo del cielo que
intentamos agradecer y acompañar como mejor sabemos. Pero en estos días haremos
algo que es justamente lo contrario a lo que señalaba al comienzo de este escrito:
no nos enrocamos ni encastillamos, sino que queremos vivir este don del
seminario ¡con las puertas abiertas!
Serán unas jornadas en donde abriremos esas
puertas para mostrar con sencillez el entresijo de la formación cuidada y
cuidadosa de nuestros futuros curas. Podemos contarlo, pero es mejor asomarnos
y que pueda verse. La formación académica, la humana, la espiritual, la
comunitaria, la pastoral. ¡Cuántas cosas intervienen en la larga formación de
nuestros jóvenes seminaristas! Hay un sinfín de aspectos que son abordados con
delicadeza y esmero, para que se puedan acompañar debidamente, de modo que el
resultado siempre mejorable a través de los años, sea un buen punto de partida
para los que, siguiendo a Jesús, el Buen Pastor, ejerzan su ministerio con esa
entraña pastoral.
Puertas abiertas para compartir una pasión
que está en seminario, sí, pero que pertenece al latido de toda nuestra
comunidad cristiana. El seminario es un buen termómetro de la salud de una
Diócesis, cuando hay ilusión, fidelidad y esperanza. Vale la pena abrir sus
puertas para conocerlo, para rezar por ellos y para ayudarlos cada uno como
buenamente se pueda.
+ Fr. Jesús Sanz
Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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