Seguimos avanzando de modo imparable en este año que estrenábamos tres
meses atrás. Marzo ventoso nos acerca una festividad que es entrañable en
nuestro imaginario social y cristiano en torno al día del padre. Por eso es
pertinente señalar el ataque que la paternidad humana está sufriendo en este
momento, y que no es simplemente un episodio fragmentario de una batalla
coyuntural, sino que tiene mucha más envergadura y pretende desplazar el orden
de las cosas que se inscribe en la ley natural y en la historia de la
humanidad, de las que forman parte la revelación judeocristiana y la tradición
cultural y religiosa a la que pertenecemos. Quienes pretenden deconstruir esa
historia imponiendo ideológicamente una alternativa desde un nuevo orden
mundial, sabe que ha de tocar los grandes núcleos que representan la vida, la
familia y la educación, y dentro de ellas tres la misión que se reserva al
varón y a la mujer con su vocación y misión complementaria, no rivales en una
dialéctica de trinchera entre hembrismo y machismo.
La historia de la humanidad representa el viaje de vuelta desde que salimos
de aquella casa con forma de jardín, en el edén de la primera mañana. Aquella
belleza y bondad, quedaron trucadas y truncadas por un pecado de origen cuando
el hombre porfió al mismo Dios queriendo ser como Él, como colega que mercadea,
en vez de hijo que agradece. Ante la belleza manchada y la bondad envilecida,
Dios no se fue a otra galaxia para probar mejor suerte con otras criaturas
debidas a sus manos creadoras, sino que se quedó con nosotros reconstruyendo
nuestra historia.
En esa historia aparece la figura de un carpintero, aparente actor secundario
de una trama de salvación. La paternidad que Dios confía a José respecto de
Jesús, no es otra que la de cuidar la vida que el Señor pone en sus manos, no
la que pudieron haber hecho ellas jugando a lo prohibido con sus mañas de
artesano. La vida es un don, no una conquista, no es cálculo que se nos antoja
para asegurarnos los planes o caprichos egoístas. Esa es la vida que Dios quiso
que José custodiara: la de su esposa María y la del hijo que virginalmente ella
había concebido y que él asumió fiándose de Dios que le anunció también a él la
gracia que le incumbía. José acepta el acompañamiento de María y de Jesús,
sabiendo que ninguno le pertenecían. Es dar la vida por la obra de otro.
A san José se le recordó que hay una Vida con mayúsculas que no la hacemos
nosotros, ni depende de nosotros, que tan sólo podemos acompañarla porque es un
milagro su aparición y será también un milagro su último destino. Sólo los que
saben que todo nos es dado, sólo ellos pueden vivir en estupor respetuoso y
agradecido, porque toda la vida es una gracia inmerecida, toda la vida es un
don regalado.
En este contexto celebramos el día del padre y al
mismo tiempo el día del Seminario, puesto que los futuros sacerdotes participan
de esa paternidad que reconocemos en San José. Creemos que hay una
fecundidad diferente, que no nace de la carne ni del amor carnal, pero que
igualmente da frutos desde la paternidad y maternidad espiritual. En este
sentido, en la festividad de San José pedimos también por los llamados a ejercer
la paternidad espiritual como sacerdotes y por los que se forman en los
seminarios que un día ejercerán esa paternidad ministerial. También a ellos
Dios les confía la vida de tantos modos como hiciera con San José: no es la
gracia que hacen sus manos, aunque sean éstas las que la repartan, y la palabra
divina que anuncian sus labios no nacen de su particular vocabulario, pero Dios
ha querido distribuir en esas pequeñas manos el don más infinito, y balbucir en
esos titubeantes labios la verdad más luminosa. Con inmensa gratitud celebramos
el día del padre y el día del seminario, pidiendo a Dios por la preciosa misión
que paternalmente se les ha confiado.
+ Jesús Sanz Montes
Arzobispo de Oviedo
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