La ciencia y los avances científicos están brindando unas posibilidades
inéditas hasta ahora para mejorar la existencia de todos los hombres —como
subrayó en alguna ocasión Benedicto XVI—, pero, al mismo tiempo, la vida está
amenazada en numerosos lugares del mundo, también aquí, en España. Muchas veces
«el ideal democrático, que es verdaderamente tal cuando reconoce y tutela la
dignidad de toda persona humana, es traicionado en sus mismas bases» —en
expresión de san Juan Pablo II— y la vida se convierte es la nueva frontera de
la cuestión social (cf. Evangelium vitae,
20).
Asimismo, no podemos obviar que la vida se gesta en la familia y que esta
es un bien en sí; es la que muchas veces da un rostro verdaderamente humano a
la sociedad. El matrimonio es una alianza: «un hombre y mujer constituyen un
consorcio de toda la vida» que, como muy bien nos dice el Código de Derecho
Canónico, está ordenado al bien de los que unen sus vidas y a la «generación y
educación de los hijos» (can. 1055). La Iglesia no puede dejar de anunciar que
el matrimonio y la familia son patrimonio común de la humanidad.
Pensemos en la importancia que tiene la familia cristiana en estos momentos
de la historia. No es una cuestión secundaria hablar de esta realidad en la que
todos hemos venido a este mundo. Sabemos que el ser humano fue creado a imagen
y semejanza de Dios para amar. De tal manera que solamente se realiza
plenamente a sí mismo cuando hace entrega sincera de sí a los demás. Además,
como ya he escrito en otras ocasiones, la familia es un ámbito privilegiado
donde cada persona aprende a dar y recibir amor. ¿Qué es lo que necesita más
este mundo? ¡Qué belleza tiene la familia! ¡Cuántas experiencias fundamentales
hemos vivido en la familia! Ciertamente es un bien para los pueblos, es
fundamento indispensable para la sociedad y un gran tesoro para quienes la
inician, para los esposos, y también para los hijos. Los discípulos de Cristo
no podemos olvidar que Él es la fuente suprema de la vida para todos, también
para la familia. Nos lo ha dicho Él: «Este es mi mandamiento: que os améis unos
a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida
por sus amigos» (Jn 15, 12-13).
En esta línea, la familia también es escuela de libertad y responsabilidad.
Junto a la transmisión de la fe y del amor del Señor, una de las tareas más
importantes, especialmente en momentos como el actual, es la de formar personas
libres y responsables. No olvidéis los padres cristianos asistir a ese
encuentro privilegiado con Cristo en la Eucaristía dominical; ese encuentro
crea un vínculo estrecho y es la mejor forma de transmitir la fe.
Con gran afecto, os bendice,
+ Carlos Osoro Sierra
Cardenal arzobispo de Madrid
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