Hoy vemos que Jesús cura a un ciego de nacimiento.
Nos llama la atención los signos que utiliza para dar la vista a este
hombre. Se agacha, coge un poco de barro, lo mezcla con su saliva y lo aplica a
sus ojos. Entonces dice al ciego: ve a lavarte a la piscina de Siloé; en
ella se purificaban los judíos antes de entrar en el Templo. El ciego obedeció
a Jesús y se curó de su ceguera.
Fijémonos en estos signos de
Jesús: se agachó, descendió del Padre y se hizo hombre, (Jn 1,14).
Tomo barro - nuestros pecados- en sus manos y lo mezcló con su saliva. Su
saliva simboliza su Palabra; de hecho, un hombre que por enfermedad no pudiese
segregar saliva no podría emitir palabra alguna pues tendría la boca seca.
La Catequesis de este pasaje es tan fuerte como sublime. El hombre puede
llegar a ver, oír, palpar...saborear a Dios con los sentidos del alma, como
decía San Agustín, cuando las palabras de Jesús alcanzan nuestras entrañas y
las guardamos en el corazón. (1 Jn
1,1-3).
Los fariseos de siempre, como mucho,
las oyen solo como dato académico impidiendo así que alcancen sus corazones, de
ahí que sus vanidades se vayan enquistando en ellos atrofiando los sentidos
propios de su alma. Cuando Jesús dijo a sus discípulos, de todos
los tiempos, id por todo el mundo y predicad el Evangelio, les y nos estaba
dando el poder - inherente al Evangelio- de abrir los sentidos del alma de
quienes lo acogen para poder así “verle, oírle, saborearle...etc. "
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com
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