La Navidad es tan
rica en noticias que hasta cosas que parecen triviales se convierten en luz. De
ahí la cantidad de tradiciones en su celebración, y que sobre el suceso central
en todas, el Nacimiento de Jesucristo, se acumulen detalles sobre las
circunstancias concretas, escasas en los Evangelios. Aún resuenan los ecos del
Evangelio del Nacimiento, y las luces de la primera infancia, y quiero
compartir dos pequeñas luces, que alumbran mi Belén este año, y me hacen ver detalles
no contemplados antes.
1.-
EL BUEY Y EL ASNO
El Evangelio no
dice nada de animales en el establo, pero el ambiente del pesebre franciscano
tradicional, quiere hacer del lugar del nacimiento de nuestro Señor un lugar
algo cálido, con al menos compañía de animales para el Niño, José y María. No
tiene sentido para gran parte de la teología sino desde la tierna piedad de S.
Francisco, o el más chistoso de algunos, incluyendo Isaías 1,3 de que nosotros,
que lo disfrutamos ahora, somos para el Misterio, tan brutos como una vaca y un
asno. Dios no rechazó ese ambiente para nacer entre los hombres.
Justo esta Navidad del 2018, vi otra explicación práctica y entendible desde el lado humano de aquella Sagrada Familia, especialmente de José su cuidador, de la presencia animal que se hizo viral en el folclore del pueblo.
José, el humilde carpintero de Nazaret, por ser de la casa y familia real de David, tuvo que viajar constantemente, quizás no por voluntad propia, sino aceptada ante el papel de padre que se le otorgó desde el cielo para dar protección humana al Hijo de David esperado, Emanuel. Sus rápidas salidas para viajes largos, por caminos solitarios y peligrosos, (“coge al niño y a su madre y vete inmediatamente huyendo para Egipto.” Etc) ocurrieron, según el Evangelio, a las pocas horas, o quizás minutos del anuncio, y ello supone que tenía las maletas hechas, y los medios propios de locomoción para cumplir el mandato inmediatamente. Y los tenía.
La imagen de María embarazada subida en un asno, y José tirando de todo, asno, María y Dios entre nosotros, quizás no sea la más lógica. José era un carpintero, o arquitecto de aquel tiempo, o al menos solo “tecton” como dice el griego de Mateo. Eso supone herramientas, banco de trabajo, rueda de afilar, maderas, hornillos para cola, etc. Si le añadimos una familia, lo más útil y práctico sería tener una pequeña caravana donde guarecerse en el camino, abrir el taller en cualquier parte, y transportar su vida de familia a destinos tan lejanos como Egipto, o tan trillados como Jerusalén, porque además aquella familia no se perdía una cita en el santo calendario de Jerusalén, y al menos echar una mirada a los palacios de David su padre y al Templo.
Las carretas de esa época eran de tracción animal obviamente. Los ricos usaban caballos, y los más pobres mulos, asnos y bueyes. Me pregunto ¿Y si el práctico, inspirado y ayudado por ángeles José, usaba una vaca y una burra que además de tracción, calor y fuerza, le daban leche?. Eran además fáciles de alimentar con las hierbas de orillas y sembrados del camino. De hecho Jesús tomó para sus parábolas del reino muchas imágenes de las semillas, lirios y espinas que brotan en los campos y caminos y que el Padre del cielo conoce y hace crecer.
Yo creo que los folclóricos asno y buey de nuestros belenes, eran burra y vaca propiedad de José. Quizás por eso no encontraron sitio en la posada y se fueron al establo con sus animales que calentaban y alimentaban a la familia. No va descaminada de la lógica la tradición popular. La cálida soledad de aquellos animales de nuestra tradición navideña, nos puede enseñar mucho, y de hecho los padres de la Iglesia y la devoción de grandes santos has querido poner cada uno su interpretación. La burra de Belén es más dicente que la burra de Balam. (Num 22,25-31). El asno y el buey eran parte esencial del patrimonio de un israelita, que no podían ni desearse según los mandamientos de Yahvé, como la esposa o los siervos y siervas del prójimo: Deuteronomio 5:21 «No desearás la mujer de tu prójimo, no codiciarás su casa, su campo, su siervo o su sierva, su buey o su asno: nada que sea de tu prójimo.». Con la misma fuerza que «No matarás»
Para otros, entre ellos Benedicto XVI en su libro “La infancia de Jesús”, la doctrina y el pueblo han rellenado el hueco del silencio evangélico, trayendo a Isaías como justificación de la presencia en el establo de aquellos animales. Isaías 1,3: «El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no comprende». La idea por tanto de que el dueño de aquellos animales era José, queda confirmada por el profeta. Jesús era el dueño de todo, y no los hubiese necesitado, pero José y María sí.
El buey y el asno eran parte de la familia de un israelita caminante, y lo fueron de la Sagrada Familia. Quizás con alguna cabra, oveja y gallina que reforzasen la alimentación de una embarazada y de su hijo al nacer. Así es que no van descaminados los animales de nuestros belenes y pesebres, que plasman la vida ordinaria de una familia humilde de Israel.
Manuel Requena
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