lunes, 7 de enero de 2019

ECOS DE JOSÉ Y MARÍA EN LA NAVIDAD






2.- ORO, INCIENSO Y MIRRA

Aunque solo lo cuenta Mateo, pocos elementos materiales han dado tanto juego para conocer la verdadera persona de nuestro Señor, el Cristo Jesús de Nazaret, como el oro, el incienso y la mirra, signo para muchos de su realeza, divinidad y humanidad.

En el hecho de la adoración de unos magos de oriente, guiados por una estrella que llenaba de alegría a unos y de temor y odio a otros, engloba Mateo el Misterio que Lucas proclama con ángeles, pastores, “todos los que los oyeron”, pañales y humilde pesebre en un establo.

Los elementos de Mateo son más mistéricos, porque el oro, el incienso y la mirra, pudieran no ser tan comunes como creemos. Dejando volar un poco la imaginación sobre datos reales, pero sin querer hacer un estudio ni siquiera de las múltiples tradiciones, pudo ser así.

ORO.  Si los Magos eran sacerdotes o seguidores de Zoroastro, su moneda sería la persa, posiblemente el Darío de oro, y en su más alto valor, con una sola moneda de oro podía sustentarse una familia israelí humilde un año o más, si era un complemento del trabajo de hombre y mujer. ¿Cuantas monedas regalaron los magos como ofrenda? ¿No serían siquiera cien monedas?. Era un cofre de tesoro, dice Mateo, por cada mago. No creo que hiciesen un viaje tan largo, que empezó y acabó en el misterio de la estrella señalando al adorable Rey estelar de Israel, para dar una miseria.

Misterio hay mucho en los magos, pero el oro, además de ser signo de un gran rey, era un valor en comercio real y medible en bienes de consumo. Quizás también por eso, además de su indudable fe, José no temía salir inmediatamente de viaje cuando el ángel de sus sueños lo avisaba. Y no es que desconfiara de la Providencia, sino que el cuidado de Dios Padre se le pudo manifestar así, anticipándose a todas sus necesidades. Suele hacerlo el Padre con los que llama. Doy testimonio personal de ello.

INCIENSO. No era lo que nosotros creemos. En Israel, por mandato directo de Yahvé a Moisés, como dice el libro del Éxodo, era cosa sacratísima que solo podía usarse en el culto y por los sacerdotes, como el óleo sagrado. Leído desde la vida pública de aquel Niño Jesús, ya hombre, tiene una luz nueva.

Exodo 30:34-38
Dijo Yahveh a Moisés: Procúrate en cantidades iguales aromas: estacte, uña marina y gálbano, especias aromáticas e incienso puro.
Prepara con ello, según el arte del perfumista, un incienso perfumado, sazonado con sal, puro y santo; pulverizarás una parte que pondrás delante del Testimonio, en la Tienda del Encuentro, donde yo me encontraré contigo. Será para vosotros cosa sacratísima.
Y en cuanto a la composición de este incienso que vas a hacer, no la imitéis para vuestro uso. Lo tendrás por consagrado a Yahveh.
Cualquiera que prepare otro semejante para aspirar su fragancia, será exterminado de en medio de su pueblo.

No es este el sitio de profundizar el estudio del incienso, pero en el contexto de la Navidad, y viniendo de unos “magos de oriente”, tiene más enjundia de la que aparece a primera vista. No solo tiene relación con el culto, sino con la salud de cuerpo y alma, con el ambiente donde se produce el verdadero encuentro de Dios con el hombre. Seguro que María, guardadora de aquel tesoro, tenía siempre su casa perfumada para el Niño que ella y José sabían bien quién era, de dónde venía y cuál era su misión: salvar a su pueblo, `saludar´, dar la salud, como indica su nombre, Jesuhá. Aquel incienso de magos de oriente, —podía decirse mágico—, pudo estar relacionado con la manifestación de poderes curativos, de expulsión de demonios y limpiadores de todo pecado que manifestó Jesús, aquel que fuera niño adorado de Belén.

MIRRA.- Su propiedad de ocultar olores y perfumar ambientes preservando la materia orgánica de la corrupción, le hacía apto para embalsamar cadáveres,  y conservar la carne lo más parecida a lo que fue en vida. Evitaba,  o al menos retrasaba, la putrefacción hasta la ceniza.

Tiene mucho que ver con el ansia humana de perpetuarse tras la muerte. Los Magos de Oriente no sabrían aún de la resurrección de Jesús, aquel niño precioso  y tranquilo en brazos de su Madre, ni de los nuevos parámetros de energía que se estaban regalando a la naturaleza humana, —o quizás sí lo sabían—, pero su regalo ha quedado convertido en Evangelio para la vida eterna.

¿Y si María guardó cuidadosamente el regalo mágico, y siendo la primera que visitó el sepulcro de su hijo la madrugada del domingo, lo ungió con él antes de resucitar? ¿Y si la Resurrección de Jesucristo, el Rey de los Judíos, no fue solo una respuesta a las promesas y profecías de Israel, sino el cumplimiento de la esperanza de toda la humanidad desde miles de años antes de que ocurriera la suya definitiva? Los faraones hubiesen dado la mitad de Egipto por tener aquella unción de mirra, la unción del Cristo eterno. Pero solo un Rey de Israel, anunciado por sus profetas, y por las estrellas y astros del cielo, sería el elegido para abrir la puerta de la vida eterna a la humanidad. Los magos de oriente lo supieron.

La adoración de los magos que nos cuenta Mateo de forma tan simple, y que ha supuesto un desarrollo folclórico extraordinario, tiene un fondo de misterio que no hemos acabado de desentrañar ¡gracias a Dios! Que definitivamente es el Dios de todos los hombres, de todos los tiempos.

Solo falta  que sea conocido y reconocido, y esa es nuestra tarea con su ayuda.

Manuel Requena

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