El Óbolo de la viuda (Mc 12,41)
“…El Señor
mira desde el Cielo, se fija en todos los hombres, desde su morada observa a
todos los habitantes de la tierra…” (Sal 32).
¿Es posible que nada pase desapercibido a los ojos
de Dios? El salmista nos lo acaba de aclarar. Hay un Evangelio en el que
Jesucristo está sentado viendo las personas que echan la limosna en el templo. Y se fija en una viuda
pobre, que da una pequeña limosna, en contraposición con las grandes o mayores
cantidades de dinero que daban los poderosos de la época. Es el llamado “El
óbolo de la viuda” en (Mc 12,41).
A primera vista, puede parecer incluso algo que
podríamos decir “banal”, quizá indiferente, propio de quien no tiene otra cosa
que hacer. Nos paramos aquí. Nada de lo que aparece en el Evangelio es así;
cuando esto nos parece, hemos de interpretar como una señal para detenernos a
meditar.
Jesús aprovecha esta situación para hacernos
entender que esa pobre viuda echó más que nadie, porque los demás echaban la
limosna de lo que les sobraba, y ella, en cambio, de lo que tenía para vivir.
Es una mujer de una gran generosidad, pero, sobre todo, de una gran fe. Ella
comprende que recibirá el ciento por uno de su generosidad. Ha comprendido el
mensaje, aunque no se haya percatado de la mirada de Jesús.
Como dice el Salmo del encabezamiento, el Señor mira desde el Cielo, y nada se
escapa de su calor. Jesús, como Sol que nace de lo alto,-nos lo recuerda el
Canto del Benedictus, compuesto por Zacarías, padre de Juan Bautista-, ilumina y da calor a justos e injustos, y su
Palabra, cual lluvia fina, cae sobre buenos y malos. Ya llegará el tiempo de la
siega, y los ángeles separarán el trigo de la cizaña; pero ahora no es el
momento. Deben crecer juntos, para evitar que al arrancar la cizaña, también el
trigo salga malherido.
Tomas Cremades Moreno
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