Me puse a buscar el
Belén entre las cajas de mi armario y no apareció por ningún lado. Quise recordar dónde la había puesto el año pasado, pero sin éxito me quedé pensando en qué
hacer…
… Y lo ubiqué dentro
de mí. No era un establo hecho de corcho y madera, era una parte del corazón
ocupada por María, el Hijo de Dios y un Santo descendiente de la casa de David.
Entre ventrículos,
sangre y arterias se cobijaba un Belén viviente que hablaba al son de los latidos.
Fue genial. Ya no necesitaba mis mudas figuritas de barro, éste año el Misterio
era diferente, palpitaba con la vida.
María toca mi
obediencia y protección y, se sitúa a la derecha en el corazón; José me alienta
en la Fe, permaneciendo de pié a la izquierda; y el Niño Divino en el centro de
los dos, para la liberación de mi alma. A cada personaje real, una labor a
profesar por los sentidos de mi esencia.
También vi los tres
regalos que depositaron los Magos a Jesús: Reino, padecimiento y Divinidad, eran
para mi crecimiento y perdón.
Pero ni Reyes, ni pajes,
ni pastores, ni animales, estaban ahí, permanecían fuera del Misterio, eran mi
mundo, mi calle, mi gente preparando la Navidad con portal, barro, musgo,
corcho y papel de plata…
Mi casa no lucía
Navideña como la de los demás. Sí, es verdad, éste año no estaba fuera de mí en
una mesa del salón, sino dentro de mí, con luces de esperanza y calor de
gratitud.
Emma
Díez Lobo
No hay comentarios:
Publicar un comentario