Hay
dichos populares que encierran buena carga teológica, como la expresión Felices Pascuas (en plural) para
felicitar la Navidad. Realmente Pascua es solo la celebración de la
resurrección de Jesús, pero también se aplica este nombre a su nacimiento. Es
que para los cristianos la celebración de la Navidad solo tiene sentido a la
luz de la Pascua de Resurrección. En ella el niño que nació en Belén llegó a su
meta y ahora es el Señor resucitado, que está presente como salvador en toda la
historia, especialmente en su Iglesia: Yo
estaré con vosotros todos los días hasta la consumación del mundo (Mt
28,20). Celebrar Navidad es tomar conciencia del comienzo de esta presencia
dinámica de Jesús en medio de nosotros como salvador. Por ello esta celebración
es también Pascua. En ella los cristianos tenemos la tarea de hacer realidad
esta presencia dinámica con la ayuda del Espíritu Santo en nuestra vida y en la
de los demás.
En este contexto la Iglesia nos recuerda
hoy la maternidad virginal de María como modelo de la maternidad de la Iglesia
y de cada cristiano. Las tres lecturas hablan del nacimiento virginal de Jesús,
hijo de Dios y descendiente de David. En la segunda lectura Pablo habla de Jesús, hijo de Dios e
hijo de David. El Evangelio, por su parte, nos dice cómo es hijo de David,
recordando la anunciación a José, en la que el ángel anuncia a José que su
esposa ha concebido por obra del Espíritu Santo, pero que él tiene la misión de
darle su apellido y hacer de padre legal, con lo que Jesús será legalmente hijo
de David, de acuerdo con el plan de Dios. El evangelista además ve un anuncio
de la concepción virginal en el antiguo oráculo de Isaías, que se recuerda en
la primera lectura, en que Isaías
anunciaba al rey Acaz que su joven mujer
había concebido un hijo, cuyo nacimiento será signo de que Dios
continuará acompañando a la amenazada dinastía de David y de esta forma seguirá
siendo Dios-con-nosotros, Enmanuel.
Históricamente se trataba de la concepción natural del futuro rey Ezequías,
pero Mateo reinterpreta el oráculo a la
luz de la revelación cristiana que conocía la concepción virginal de Jesús.
Hoy día hay en ciertos sectores
cristianos reticencias para aceptar el hecho de la concepción virginal de
Jesús, sin tener en cuenta que el dato está presente en el NT y en las
confesiones de fe desde la antigüedad. Las reticencias se deben a varios motivos, por una parte, a
desconocimiento del sentido teológico de la concepción virginal, y, por otra, a
la revalorización de la sexualidad humana y del matrimonio. Es verdad que la
sexualidad humana es positiva y querida por Dios y, por ello, también el
matrimonio, que vivido cristianamente, es medio de santificación. Por eso Jesús
pudo haber nacido de un matrimonio normal. Si no lo acepta la fe de la Iglesia
no es porque hubiera sido menos digno para el Hijo de Dios, sino por fidelidad
a la revelación, a los datos del NT interpretados así por toda la tradición de
la Iglesia.. En el credo apostólico profesamos: Y fue concebido por obra y gracia
del Espíritu Santo, nació de María Virgen y en el Niceno-constantinopolitano: Y por obra del Espíritu Santo se encarnó de
María, Virgen y se hizo hombre.
En cuanto al sentido de la virginidad en
este momento preciso, en el umbral del Nuevo Testamento, la virginidad es una
realidad negativa. En Israel el ideal de la mujer es el matrimonio y la
fecundidad, por ello la virginidad es una pobreza, una desgracia. En este
momento, la concepción virginal nos revela que Jesús es un don de Dios para el
que se sirve de la colaboración de una mujer, cuya aportación básica es su
pobreza. María hace presente a Jesús solo por obra del Espíritu Santo. Después
vivió su vocación como entrega total al servicio del plan salvador de Dios. A
partir de ella la virginidad consagrada pasó a tener un sentido positivo en la
Iglesia, como expresión y al servicio de la entrega total a Dios.
María, virgen-pobre, es modelo de la
Iglesia y del cristiano, llamados a hacer constantemente presentes a Jesús virginalmente, solo por obra del Espíritu
Santo, excluyendo todo poder humano coactivo, y sirviéndose de medios
pobres, nuestra palabra, oración y ejemplo.
En Navidad vamos a celebrar el comienzo de la presencia humana del
“Dios-con-nosotros”, presencia que quiere continuar sirviéndose de nuestra
pobre colaboración, que hemos de ejercer con fe, humildad, amor y
agradecimiento, como María, nuestra madre y modelo.
En la Eucaristía Jesús sigue
siendo Dios-con-nosotros y Salvador de forma virginal, por obra del Espíritu
Santo. Es el regalo que el Padre ofrece a sus hijos para alimentarles y
ayudarles a hacer presente a Jesús en medio del mundo de forma virginal.
Dr.
Antonio Rodríguez Carmona
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