libéranos del pecado…
La historia de estas dos mujeres en parte coincide y
en parte se contrapone. Hay en las dos una experiencia de seducción, pero de
signo contrario. Eva es la mujer seducida por el tentador, María es la mujer
seducida por Dios. Si Eva se deja engañar por lo que entra por los ojos y por
las pasiones interiores. María aparece como la enamorada de Dios que ante Él ni
duda, ni desconfía. Eva es la mujer del NO, María es la mujer del SÍ
incondicional. De forma que en María empiezan a hacerse realidad las promesas
de Dios sobre la derrota del mal y del pecado. Por eso la llamamos «Purísima» y
«llena de gracia».
Todo esto afecta de forma decisiva a nuestra historia.
«La Inmaculada Concepción de María es el anticipo y la prenda, el lejano
principio y el sentido final de nuestra redención. Con razón la Iglesia celebra
con alborozo a la Inmaculada en medio del Adviento. Al hacerlo, no sólo celebra
el misterio de María, sino también su propio misterio: celebra la bendición de
María y su propia bendición» (H. Rahner). Con toda razón Pablo exclamaba
agradecido: «¡Bendito sea Dios, que nos ha bendecido en la persona de Cristo!».
Cada uno tenemos la gracia, ofrecida por Dios, de
poder vencer al mal y al pecado en nuestra vida. Dios, que intervino en nuestra
historia saneándola, nos llama ahora a todos a recorrer ese camino de
liberación que abrió Jesús y que María recorrió la primera entre todos. Es
verdad que el mal sigue estando ahí, lo sentimos con fuerza dentro y fuera de
nosotros mismos.
Podemos luchar contra él o podemos alimentarlo.
Podemos resistirlo con esfuerzo y rechazarlo de corazón o podemos aceptarlo y
hacerlo nuestro. En esto cada uno decide desde su libertad.
Cuando estamos a punto de alcanzar el ecuador del
Adviento, la liturgia pone ante nuestros ojos a María. No nos quedemos en la
simple admiración. Que la libertad que Ella mantuvo frente al mal sea para
nosotros aliento y ejemplo en nuestra lucha diaria contra el pecado.
José Manuel Hernández Sánchez
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