La más grande Nación,
con un Ejército infranqueable de espadas y justicia; con una Bandera espectacular del color de la sangre y
de la luz. Yo nací en esa Patria que borraba todo mal; me crié al amparo de sus
cuidados y aprendí a rezar por ella.
Yo besé su Bandera
envuelta entre soldados de la Armada de Dios, acompañada de uno muy especial
asignado desde mi cuna; Él iba de blanco, yo del color de la vida.
Me dijeron que era
la Nación del mundo, no solo mía. Me dijeron que San Juan escribió y dibujó en ella
un águila que llevaba y traía su Evangelio; me dijeron que nunca dejara de
luchar por ella y la guardara en el corazón.
Es celeste como el
cielo, su emblema el perdón y su fin, vivir el Amor más absoluto. Es la Patria
del mundo del tamaño de 12.000 estadios con cuatro murallas y doce puertas: Al
Norte, a Oriente, a Occidente y a Medio día.
Sus Parlamentarios protegen
la Constitución inspirada por Dios a cuatro Legisladores. Son geniales ver como
jamás se olvidan de su pueblo; su Presidente, una Mujer Inmaculada elegida por
el Rey, Hombre magistral sin mancha e Hijo de la máxima Inteligencia Suprema
del universo.
Cada año el Rey
viene a la tierra a renovar sus Leyes en el mes de Diciembre y se va en abril, pero se queda entre mayo y noviembre.
Decidme si no vale
la pena enrolarse en los tercios de esa Nación donde nunca se pone el sol; en
la que mis pies pisan, tampoco se ponía hace 500 años…
Emma Díez Lobo
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