No
teníamos nada para dar de comer ese día a los ancianos que vivían en nuestra
casa”, me dice una religiosa. Al poco tiempo, llama la policía: “Hermana, hemos
requisado unas cajas de pescado y vamos a llevárselas, que ustedes las
aprovecharán bien”. Sin pasar media hora, llega el pan de manos de unos
benefactores. Ya hay para comer. “Y usted no se agobió, hermana”, le digo. “En
ningún momento. Yo tenía puesta mi esperanza en el Señor que no defrauda”.
Comprendí.
La esperanza es una cuestión de confianza, y nunca se confía en algo, sino en
alguien. Ya lo apuntaba Pedro Laín Entralgo: no es lo mismo esperar que tener
esperanza. La esperanza no es una conquista humana, sino un don que nos viene
dado. La esperanza es una virtud, una virtud teologal.
La
historia de la salvación, que podemos conocer y recorrer a través de la Biblia,
no es sino una historia de esperanza, de confianza, de fidelidad de Dios frente
a la infidelidad del pueblo. Dios siempre cumple su promesa, es la convicción
del creyente. Por eso la Iglesia nos regala el tiempo del Adviento, tiempo de
esperanza que nos ayuda a esperar la venida del Señor. El Señor viene. Es lo
que celebramos en la Navidad.
Hoy
tenemos una tentación: celebrar sin preparar. Todo sabe a Navidad desde hace
semanas, pero ¿la hemos preparado como se merece el Señor que viene? Todos los
grandes acontecimientos de la vida se preparan, nos disponemos también
internamente con la renovación de la esperanza. Es un acontecimiento: ¡el Señor
viene! Recordamos que Jesús, el Hijo eterno del Padre, vino en nuestra carne,
allá en Palestina. Nació de una Virgen, y fue uno entre nosotros. Creemos que
el mismo Señor volverá al fin de los tiempos para consumar todas las cosas en
Él. Por eso, cada año hacemos memoria de la primera venida, renovamos nuestra
esperanza en la venida definitiva, y ahora nos volvemos a Cristo para
reconocerlo en las venidas de cada día, en lo cotidiano, porque el Señor viene
siempre.
La
esperanza marca el ritmo de nuestra espera. Nos hace vivir alegres y confiados.
Es la esperanza el termómetro de la fe y la que impulsa la caridad. Si vivimos
con este espíritu el tiempo de Adviento, la Navidad será en nosotros un
verdadero encuentro con el Señor que viene.
Mons.
Ginés García Beltrán
Obispo
de Getafe
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