PRIMERA LECTURA:
Lectura del libro del profeta Isaías 11,1-10: Con equidad dará sentencia al pobre
SALMO 71,2.7-8.12-13.17:
Que en sus
días florezca la justicia y la paz abunde eternamente
SEGUNDA LECTURA:
Lectura del apóstol san Pablo a
los Romanos 15,4-9: Cristo salvó a todos
los hombres
EVANGELIO:
Lectura del santo evangelio según
san Mateo 3,1-12: Haced penitencia porque
se acerca el Reino de los Cielos.
La
esperanza exige conversión
La palabra de
Dios nos vuelve a recordar la promesa de salvación (1 y 2 lectura) y, por otra
parte, el Evangelio proclama que ya está llegando el cumplimiento de esta
promesa con la cercanía del Reino de Dios y que esto exige conversión.
La esperanza
cristiana se apoya en la palabra de Dios, que ya se cumple en la Pascua de
Jesús, y por otra parte, en nuestra conversión. Espera algo el que no lo tiene
y lo desea; por eso el que no desea, no espera, tampoco el autosuficiente que
no necesita nada. Jesús viene como Salvador. Sólo lo recibirá el que es
consciente de sus limitaciones y desea ser salvado.
En este contexto convertirse es, por una parte, ver con realismo la propia
pobreza para desear colmarla y, por otra, hacer vacío para que lo llene Dios.
Es una acción que implica esfuerzo, pero no va en detrimento de la correcta
autoestima del hombre, al contrario, la
defiende, al exigir evitar una falsa
idea de la sí mismo, orgullosa y que
vuelve la cabeza ante las limitaciones
físicas y morales.
Dios ha puesto
en el corazón del hombre ansia de infinito y plenitud: Nos hiciste, Señor,
para ti e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en ti (S.
Agustín), pero el hombre puede embotar este hambre con pequeñas
satisfacciones materiales. Convertirse es vigilar para que no se embote la
esperanza: Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el
libertinaje, por la embriaguez y por las inquietudes de la vida, y venga aquel
Día de improviso sobre vosotros (Lc 21,34).
La
experiencia del pueblo judío durante la primera Alianza debe ser una lección
viviente para nosotros. Todos esperaban la llegada del reino de Dios y del
Mesías, pero, cuando llegó, la mayoría no lo aceptó. El NT reflexiona sobre este hecho señalando
las causas, que son las mismas que pueden frustrar hoy día nuestra esperanza.
Repasar algunas ayudará a concretar
nuestra conversión: Todo esto les
acontecía en figura, y fue escrito para aviso de los que hemos llegado a la
plenitud de los tiempos. (1 Cor 10,11):
* Vivir
centrado en el amor propio, en los propios intereses, en la propia gloria, y no
en el amor de Dios: Pero yo os conozco: no tenéis en vosotros el amor de
Dios. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene en su
propio nombre, a ése le recibiréis. Cómo podéis
creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que
viene del único Dios? (Jn 5,42-44).
* Poner
condiciones al plan salvador de Dios. Los judíos rechazaron la propuesta de
Jesús de un mesías siervo, pues preferían un hijo de David triunfalista: Como dice Pablo, Testifico
en su favor que tienen celo de Dios, pero no conforme a un pleno
conocimiento. Pues desconociendo la
justicia de Dios y empeñándose en establecer la suya propia, no se sometieron a
la justicia de Dios (Rom 10,2-3).
* Concebir la
salvación como una compra entre iguales, a base del propio esfuerzo, y no como
un regalo de Dios. Esto se manifiesta de diversas formas, como el legalismo,
que cree que se puede comprar la salvación a base de cumplir materialmente la
letra de las normas, descuidando su
espíritu (Mc 2,23-3,5); la rutina en
las prácticas con etiqueta religiosa (Mc 2,18-22). Leyes y prácticas deben
ser expresión del amor a Dios y a los hermanos, no medios para comprar la
salvación y quedarse tranquilos y autosatisfechos de que la compra va por buen
camino. Ambas prácticas dan lugar al puritanismo del que se siente
tranquilo y sin pecado, excluyéndose así de la salvación de Jesús, pues no
tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; no vine a
llamar justos sino pecadores (Mc 2,17). Igualmente se manifiesta en el dogmatismo
doctrinal y moral del que se cree en pleno conocimiento y posesión de los
planes de Dios. Muchos judíos rechazaron a Jesús en nombre de Dios! (Mc 2,1-12;
Jn 16,2). Dios se ha revelado y nos ha dado a conocer su verdad, pero todavía
conocemos parcialmente (1 Cor 13,8-12). La teología tiene que ser radicalmente
humilde y debe ayudar a aceptar los caminos de Dios, que frecuentemente tienen
aspecto necio y débil, pero que son sabiduría y poder de Dios (cf 1 Cor
1,17-24).
La conversión es un proceso
permanente en la vida cristiana y capacita para acoger las constantes venidas
de Jesús. Por eso es también fundamental para celebrar la Eucaristía, que es
presencia del Salvador, que se vuelca en los que desean y esperan su salvación.
Jesús quiso ofrecer un primer anuncio de
ella cuando comía con los pecadores. En la Eucaristía Jesús comparte su
sacrificio con sus amigos, que se reconocen pecadores perdonados.
Dr. Antonio Rodríguez Carmona
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