El amor, como un
pincel que traza el paisaje de mi existencia y lo enmarca todo.
El amor, porque está
o porque falta: protagonista de mi vida. Presencia de tu vida en mis cosas,
incapaces de librarse de su llamada, de su escrutinio.
Me enseñas cada día a
vivir en su presencia y llamarlo como juez: él es quien dirime y lo que debe
ser, siempre el amor, susurro de tus labios en mí caminar.
Quién sino tú me
habría enseñado que se puede amar en el sufrimiento. Quién me habría invitado a
ponerlo en el centro de mi existencia; quién sino tú me habría mostrado la
fuerza de su obrar.
El amor que lleva al
perdón, el amor que comprende, el amor que enseña a esperar, el amor que
arranca el dolor, el amor que sana el orgullo, el amor que da claridad a los
ojos.
Subiste a una cruz,
Señor, y te dejaste matar por amor. Esa fue tu forma de guiarnos, de enseñarnos,
de mostrarnos su sentido, su verdad.
El amor como
principio y el amor como fin: todo inundado de amor en un mundo que agoniza por
haberlo desterrado y que solo encontrará en él su salvación.
Olga Alonso
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