Hay acontecimientos o sectores sociales que tienen un día significativo a lo largo del año. Sirve para recordar o conmemorar una gesta de la historia o para hacer visible un grupo humano o un problema que tiene la sociedad. Algunas enfermedades son destacadas en mayor medida en una jornada concreta para concienciar a todos de que conviene luchar contra las causas o consecuencias de determinada dolencia: el cáncer, el tabaquismo, las afecciones cardíacas o laríngeas…Todos nosotros nos hemos puesto en guardia ante los efectos de un padecimiento y, consciente o inconscientemente, hemos pasado a la ayuda o a la compasión de tal clase de enfermos.
También se dan las jornadas para destacar un sector
social: niños, misioneros, refugiados, familia, voluntarios y un largo
etcétera. Me gustaría señalar en este comentario a los ancianos, los abuelos o
la gente mayor. Aunque mi reflexión va más allá de la confesionalidad de este
grupo humano. Deseo un reconocimiento y gratitud en general para todos los que
han dedicado su vida a la familia, al trabajo y a la sociedad. Los cristianos
lo celebramos ahora porque la Iglesia les ha reservado su día, el 26 de julio,
que recuerda a san Joaquín y a santa Ana, los padres de la Virgen María y, por
tanto, los abuelos de Jesús. Vaya por delante nuestra oración por todos los
mayores que viven alrededor de nuestros hogares, en las residencias o están
ingresados en los hospitales.
En alguna otra ocasión nos hemos referido a Vida
Creixent, movimiento apostólico de la Iglesia. Hemos valorado su presencia y
sus actividades en muchas parroquias. Hoy la mirada se amplía a todos los
ancianos, sobre todo, a aquellos que viven solos o están enfermos sin cuidados
familiares, a quienes han huido de las guerras o de las hambrunas, a todos los
que el desamor ha roto los lazos de la cercanía y del cariño, a aquellos que
soportan con muchas dificultades la muerte de algún hijo o del mismo cónyuge.
Gran cantidad de mayores necesita nuestra oración y nuestra compañía afectiva;
es fundamental que nadie quede hundido por el peso de la soledad.
Si no podemos atender esta problemática extendida por
todo el mundo, no busquemos excusas por la falta de implicación y preguntémonos
por nuestra actitud con los que viven junto a nosotros. Además de la
experiencia de gozar con su cariño y de alegrarnos de la plenitud de amor que
manifiestan muchos de ellos con los nietos, tenemos a nuestro alcance escritos
y conferencias de expertos que nos marcan el camino para humanizar, todavía
más, nuestro mundo y nuestro entorno. Durante estas últimas semanas el papa
Francisco ha dedicado su reflexión de los miércoles a esta realidad social. La
Subcomisión Episcopal para familia y Defensa de la Vida ha publicado un texto
muy claro que ha titulado La ancianidad: riqueza de frutos y bendiciones. Nos
puede ayudar mucho en el compromiso personal y social hacia este querido grupo
de personas. El documento tiene una conclusión: a la vejez necesitamos
conocerla, reconocerla e “inventarla” con unas propuestas concretas que van
desde la atención pastoral hasta la acogida y el encuentro intergeneracional
que enriquecen cultural y socialmente las relaciones.
Termino con la enumeración de circunstancia por las
que pasa la vida durante esta edad: el final de la vida laboral, la pérdida de
facultades, la ausencia de compañeros de viaje, el aumento de los recuerdos y
la disminución de los proyectos, el paso de ser cuidador a ser cuidado y la
cercanía de la “meta”. Con estas circunstancias, todos nosotros, hijos y
nietos, amigos y vecinos, estamos obligados a tener una gran compasión por la
fragilidad de los mayores y a intentar comprender sus reacciones utilizando más
que nada la paciencia, el cariño y la comprensión.
+ Salvador Giménez Valls
Obispo de Lleida
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