Nos dice Isaías
que cuando Dios formo la tierra, no la creo inanimada, vacía sino para ser
habitada (Is 45,18).
Nos servimos del maravilloso proyecto creador
de Dios para hablar de nosotros. Al crearnos, Dios imprime en nuestras almas un
soplo de su esencia para que también podamos ser habitados, en este caso, por
El. Sabemos que después de crear el mundo, Dios se escogió un pueblo - Israel -
que, como dice el autor del libro de la Sabiduría, habría de reflejar la Luz de
Dios a todas las naciones (Sb 18,4).
Efectivamente, la Luz se hizo carne, habitó
entre nosotros y proclamó: "Yo soy la Luz del mundo, el que me sigue no
caminara en tinieblas." (Jn 8,12). En la Encarnación del Hijo de Dios,
tomamos conciencia de que no hemos sido creados para una soledad triste,
angustiosa, sino para ser habitados por El.
Leamos lo que nos
dice Jesús: "El que me ama, guardara mi Palabra y mi Padre le amara
y vendremos a él y haremos morada en el" (Jn 14,23) Hay pues una lóbrega
soledad, aunque vivas acompañado, y la íntima soledad con Dios. Tu escoges.
P. Antonio
Pavia
http://comunidadmariama.blogspot.com/
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