Narra el evangelista san Lucas que los Doce Apóstoles, al volver de la Misión que Jesús les había encomendado, se reunieron con el Maestro y le contaron todo lo que habían enseñado. Él les propuso ir a un lugar desierto a descansar un poco, porque eran tantos los que iban y venían a su alrededor, que no encontraban tiempo ni para comer (cf. Lc 6, 30-31). No iría mal que pusiéramos en práctica esta idea de retirarse y descansar un poco, porque también nosotros acabamos el curso cansados. Lo cierto es que vivimos en un ambiente hiperactivo, porque así es nuestra sociedad, y acabamos atrapados por tantas urgencias familiares, laborales, pastorales, etc., que al final podemos acabar cansados, saturados, desmotivados, “quemados”. Es preciso encontrar un equilibrio, físico, mental y espiritual.
Viene a
mi memoria la Regla de san Benito, que es una sabia combinación de elementos
precedentes de la vida monástica, una auténtica síntesis de la espiritualidad
del siglo VI. Combina armónicamente la oración y el trabajo, los tiempos de
trabajo, de oración personal y de lectura, de lectio divina. La relación y el
encuentro del monje con el Señor también tienen lugar en el trabajo. Dispone
que cada monje lleve a cabo los trabajos que le sean asignados en el
monasterio. Como el Señor santificó el trabajo con su oficio de carpintero, el
monje se une a Él cuando trabaja. La Regla de san Benito se convirtió en la
regla común en el monacato occidental durante siglos. Ello es debido, según el
papa san Gregorio Magno, a que es un monumento de la proporción, de la justa
armonía con que combinan todos los elementos de la vida monástica. En
definitiva, es fruto de un carisma y de una inteligencia ordenada y práctica.
“Mutatis mutandis” que
decían los clásicos, es decir, cambiando lo que convenga cambiar, no iría mal
que hiciéramos una adaptación los que nos encontramos en la llamada “vida
activa”. El trabajo es una actividad creadora y productiva del ser humano, cuya
finalidad es transformar la realidad. Es muy importante para la realización de
la persona y para el desarrollo de la sociedad y, por eso, es necesario que se
organice y desempeñe siempre desde el respeto a la dignidad humana y al
servicio del bien común. Por otra parte, el trabajo refuerza el sentimiento de
pertenencia social y posibilita la interacción con otras personas. Ahora bien,
el hombre no se ha de someter al trabajo, ni llegar a dedicarle una cantidad
tan excesiva de tiempo y de energía, que acabe cayendo en la adicción al
trabajo.
Aprovechemos
el tiempo de vacaciones para descansar, para recuperarnos, para fortalecer la
mente y el cuerpo, bastante sometidos durante el curso al cansancio y desgaste.
Aprovechemos las vacaciones para estar más tiempo con los familiares, para
reunirnos con los amigos, para cultivar las relaciones con las personas, para
charlar, para todas aquellas actividades que el ritmo de los compromisos de
cada día impide cultivar durante el curso como sería de desear. Aprovechemos
las vacaciones para visitas culturales, para lecturas interesantes, para largos
momentos de oración y contemplación en contacto con la naturaleza, en casa o en
monasterios y lugares religiosos. Al disponer de más tiempo libre, nos podemos
dedicar con mayor facilidad a hablar con Dios, a meditar en la Sagrada
Escritura y a leer algún libro formativo.
Por otra
parte, no olvidemos que muchas personas no pueden gozar de vacaciones.
Recordemos a los que pasan estrecheces económicas, los que viven solos, los
ancianos y los enfermos, que a veces, en este período, sufren aún más la
soledad. Hagamos todo lo que esté en nuestra mano para ayudarles, para manifestarles
todo el apoyo y el consuelo de que seamos capaces.
+ José
Ángel Saiz Meneses
Arzobispo
de Sevilla
No hay comentarios:
Publicar un comentario