Queridos hermanos y hermanas:
Con estas
palabras de Jesús, «Yo estoy entre vosotros como el que sirve» (Lc 22, 27),
quiero agradecer a Dios los dos nuevos sacerdotes que ayer regaló a nuestra
Iglesia burgalesa. De este modo, una vez más constatamos que el amor vence al
egoísmo, y la vida rompe los esquemas mundanos. Efectivamente, quizás hoy ser
sacerdote no esté de moda a los ojos del mundo, pero es el gran don que Dios
nos hace, porque ellos son portadores del pan que da la vida y llena el mundo
de amor, alegría y esperanza.
La misión del
sacerdote es una entrega desmedida que implica ser configurado por las manos
creadoras de Dios para servirle en los hermanos: en la vida ordinaria que
pastorea los márgenes de las ovejas cansadas, heridas o perdidas, y en el
Sacrificio admirable del Altar. En todos y para todos. Sin distinción.
El sacerdote
«es un don del Corazón de Cristo: un don para la Iglesia y para el mundo»,
recordaba el Papa emérito Benedicto XVI, durante el Ángelus pronunciado en
2010, en la conclusión del Año Sacerdotal. Así, «plasmado por la misma caridad
de Cristo y por el amor que lo impulsó a dar la vida por sus amigos y a
perdonar a sus enemigos, el sacerdote es el primer obrero de la civilización
del amor».
Ayer, José
Ángel y Stefano fueron transformados por la gracia ministerial para ser
presencia sacramental de Cristo buen pastor: una mística de brazos abiertos
que, nacida de la llaga del Costado del Señor, ha de alcanzar todos los
rincones de la humanidad. Es verdad que llevamos el ministerio en vasijas de
barro, para que, como dice San Pablo, se vea que esta fuerza que portamos no
proviene de nosotros, sino de Dios (cfr. 2 Co 4,7).
Pero también es
cierto que el Señor envió el Espíritu Santo sobre los apóstoles para que en su
nombre sanaran plena y profundamente todas nuestras heridas. Así mismo, en la
última cena, les confió la Eucaristía para que sea alimento en el camino de la
vida, presencia amorosa, consuelo y fortaleza para vivir con pasión y
esperanza. Y este ministerio de sanación y de distribución generosa del pan que
da la vida, la realizan los sacerdotes con generosidad y entrega.
Por eso, qué
importante es orar por las vocaciones y ayudar a nuestros jóvenes a percibir la
llamada de Dios y a responder con generosidad. La pastoral vocacional se revela
hoy en día como una dimensión verdaderamente urgente para la Iglesia. Sois
conscientes de que el número de sacerdotes va disminuyendo y cada vez cada uno
tiene que atender más parroquias. Quisieran llegar a todo y a todos, pero
muchas veces no pueden porque nuestra Iglesia es extensa con tantas parroquias
y comunidades. Pero, como dice el Papa Francisco, ha llegado la hora de
afrontar “una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las
costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial
se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más
que para la autopreservación (EG, 27), Necesitamos ser audaces y creativos en
implantar esta realidad.
El Reino de
Dios, como nos enseña el Evangelio, llega sin hacer ruido y sin llamar la
atención (cf. Lc 17, 21). Y así debe hacerse presente todo el Pueblo de Dios en
medio de las vocaciones, con la escucha, la presencia y la palabra amiga.
Estando dispuestos y disponibles, para que ellos sigan construyendo en todas
las partes del mundo la civilización del amor.
En este día,
ponemos a todos los sacerdotes de nuestra archidiócesis de Burgos y, de manera
especial, a José Ángel y Stefano, en el corazón de la Virgen María. Ella,
modelo de toda vocación, acogió, custodió y vivió hasta el fondo de su alma la
presencia de la Palabra de Dios hecha carne. Le pedimos, pues, que con nosotros
ruegue al Dueño de la mies para que mande obreros a su mies (Lc 10, 2) y que
conserve la misericordia del Padre en nuestros ojos, para que nunca olvidemos
–en palabras del Santo Cura de Ars– que «el sacerdocio es el amor del corazón
de Jesús».
Con gran
afecto, pido a Dios que os bendiga,
+ Mario Iceta Gavicagogeascoa
Arzobispo de Burgos
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