Un israelita
cansado del absurdo de su vida sin Dios se vuelve confiado, así a Él:
"Señor, mi corazón ya no es
ambicioso...no pretendo grandezas que me superan...acallo mis deseos como un niño
destetado en el regazo de su madre" (Sl 131)
Los que hacemos el
camino del Discipulado sabemos mucho de lo que le pasa a este
hombre. Hemos franqueado muchas puertas buscando nuestra plenitud y aunque
hemos experimentado fases esplendorosas algo o mucho de Vida se nos
escapa.
Desearíamos
como éste israelita acomodarnos en el regazo
materno de Dios. Puesto bien, del deseo a la realidad no hay un paso sino una
persona: El Señor Jesús. Vino al mundo
para que conociéramos a Dios como Padre y a enseñarnos a
descansar en Él.
Imagen fortísima de
este don la vemos en la Catequesis que dio a sus dos discípulos
de Emaús. Le salió al encuentro cuando desanimados ya no esperaban nada de Él. A lo largo de
la Catequesis les interpretó las Escrituras
prendiendo así su Fuego en sus entrañas. Así lo
testificaron ellos: ¿No ardía nuestro corazón
cuando nos partía la Palabra abriéndonos su sentido? (Lc
24,32)
He ahí el
Regazo de Dios: su Palabra llameante.
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com
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