¡Cuántas veces hemos escuchado que la Iglesia vive de la Eucaristía! En el fondo esta verdad es tan profunda, es tan grande, que encierra en sí lo que somos como Iglesia, encierra el misterio de la Iglesia. En este misterio nos entendemos, nos descubrimos en lo que somos y en aquello que tenemos que llegar a vivir. ¿Por qué os hablo de la Eucaristía cuando muchos tomáis vacaciones, buscando unos días en familia? Porque es bueno que, como familia cristiana, como Iglesia doméstica, descubráis lo que sois, precisamente celebrando juntos la fuerza y la belleza que engendra la Eucaristía vivida por todos los miembros de una familia.
Las vacaciones son días de descanso, es verdad, pero
también son días para serenarse y descubrir esto que os digo. Hay unas palabras
del Evangelio de san Mateo que hemos escuchado muchas veces y es bueno
recordar; me refiero a aquella promesa del Señor: «He aquí que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Es bueno que, en
momentos de descanso, la familia cristiana viva y se descubra Iglesia doméstica,
en la que se expresa el amor mutuo de todos los miembros. ¿Y dónde descubrirlo
mejor que en la Eucaristía?
El Concilio Vaticano II nos recuerda que la Eucaristía
es la fuente y la cima de toda la vida cristiana. Es Cristo quien se hace
presente, es nuestra Pascua, es el Pan de la Vida, es quien nos da vida a
todos. Y en la Iglesia doméstica, en la familia, ¡qué bueno es saber dirigirnos
a nuestro Señor presente en la Eucaristía! En ella descubrimos la manifestación
más bella y plena de ese amor inmenso del Señor por todos los hombres. Una
familia cristiana no debe perder la sabiduría de ir juntos todos los domingos a
vivir ese momento trascendental y único, en el que el Señor se hace presente
entre nosotros para que tengamos vida, para que rehagamos la fraternidad, para
que descubramos que estamos para vivir los unos por los otros… Se trata de
regalar el amor mismo de Dios, que se hace presente entre nosotros para que
vivamos de Él, con Él y por Él.
Es grave que la familia pierda esta condición de
Iglesia doméstica. Personalmente tengo el recuerdo de ir el domingo con mis
padres y hermanos, todos juntos, a celebrar la Santa Misa. Hacen falta familias
que se sepan y se sientan Iglesia doméstica, que se reúnan para celebrar la
Eucaristía con otras muchas familias y fieles y que, cuando el sacerdote diga:
«Este es el misterio de nuestra fe», respondan con fuerza «Anunciamos tu
muerte, proclamamos tu Resurrección, ¡ven Señor Jesús!». ¡Qué compromiso asumen
todos los miembros de la familia para vivirlo después en casa y en su día a
día, en todas sus relaciones! El Hijo de Dios entre nosotros quiere reconducir
todo, desea hacernos ver y vivir lo que es el mundo nacido de las manos de Dios
cuando lo acogemos. Es de Quien vivimos y a Quien deseamos regalar a los demás,
mostrando su amor.
Descubramos la fuerza que tiene la celebración de la
Eucaristía, descubramos su valor sacrificial y su fuerza para reconstruir la
fraternidad. A mí personalmente me impresionan las palabras de Jesús en la
institución de la Eucaristía, cuando no se limitó a decir «este es mi Cuerpo»,
«esta copa la Nueva Alianza en mi sangre», sino que añade «entregado por
vosotros», «derramada por vosotros» (cfr. Lc 22, 19-20). No solamente nos da el
Señor de comer su Cuerpo y su Sangre, sino que nos regala el valor sacrificial.
Hace presente de modo sacramental su sacrificio, que cumplirá en la cruz poco
después de celebrar la institución de la Eucaristía. Me agradaría que llegaseis
a ver las familias que «la Misa es a la vez memorial sacrificial, perpetúa el
sacrificio de la cruz, y es el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y
la Sangre del Señor», tal como nos recuerda la Iglesia (cfr. Catecismo de la
Iglesia Católica, 1382).
Cuando os reunáis como familia a celebrar la
Eucaristía, no olvidéis que la Eucaristía es sacrificio en sentido propio; nos
regala el don de su amor y de su obediencia hasta el extremo de dar la vida, es
don a su Padre y es don a favor nuestro, es más, es un don a toda la humanidad.
¿Os dais cuenta de lo que supone vivir de la Eucaristía? Como señala el propio
Jesús, «en verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del
hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros» (Jn 6, 53). Quien
se alimenta de la Eucaristía no tiene que esperar el más allá para recibir la
vida eterna; la posee ya.
Muchos son los problemas que están oscureciendo el
horizonte de nuestro tiempo y los retos que afrontamos: la paz, las condiciones
sólidas de la justicia y la solidaridad, la defensa de la vida humana desde su
concepción hasta su término natural, la naturaleza de la familia cristiana… Por
eso el Señor ha querido quedarse con nosotros en la Eucaristía; transforma la
vida, nuestras relaciones, nuestros compromisos a la hora de construir el
mundo. ¡Familia cristiana, celebra la Eucaristía, te construye y te da la
originalidad y la felicidad!
Con gran afecto, os bendice,
+
Carlos Osoro Sierra
Cardenal
arzobispo de Madrid
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