domingo, 14 de agosto de 2022

¡Mi alma engrandece al Señor!

 


Asunción de la Santísima Virgen María

El pasaje del Evangelio nos presenta a María que, tras el anuncio de la Encarnación recibido por el ángel, a quien responde: "He aquí la sierva del Señor: hágase en mí según tu palabra" (cf. Lc. 1, 38), acude sin demora a su prima Isabel: la anima el deseo de estar cerca de una mujer estéril pero embarazada por obra de la misericordia de Dios, para quien nada es imposible (cf. Lc 1, 37). Es un episodio lleno de símbolos y significados. Lucas anota que “al oír Isabel el saludo de María, el niño saltó en su seno y, lleno del Espíritu Santo, exclamó a gran voz: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”.". El saludo que la anciana Isabel dirige a María hace eco de la expresión del rey David cuando acoge el Arca de la Alianza en Jerusalén (cf. 2Sam 6, 9), y María es la nueva Arca de la Alianza, que lleva consigo con alegría no las tablas de la ley, sino el consumador de la ley, Cristo el Señor.

María es exaltada sobre todo por su fe, por su abandono a la voluntad de Dios: “Y bienaventurada la que creyó en el cumplimiento de lo que el Señor le dijo”. Creyó, se puso a disposición de la Palabra; por esta obediencia se convirtió en la Virgen Madre.

María, ante las maravillas que Dios ha obrado en ella y respondiendo a la aclamación de su prima Isabel, eleva su canto de alabanza y acción de gracias diciendo: “Mi alma engrandece al Señor y mi espíritu se regocija en Dios, mi salvador”. Sí, María reconoce la mirada amorosa del Todopoderoso sobre ella, ese amor que sólo pide ser acogido: “porque miró la humildad de su sierva. Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. El Todopoderoso ha hecho grandes cosas por mí y Santo es su nombre». Además, en este cántico se destaca la poderosa acción de Dios que "Ha mostrado el poder de su brazo, ha dispersado a los soberbios en los pensamientos de sus corazones, ha derribado de sus tronos a los poderosos, ha exaltado a los humildes; a los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos despidió vacíos”.

Cuando el amor de Dios se desborda en el corazón de un creyente, entonces toda la vida marcada por la gracia divina se transforma en un canto de alabanza y de acción de gracias, un himno de liberación y de alegría que no puede quedar desatendido ni confinado al hogar. La Virgen María canta en voz alta su amor por Dios. Su canto está lleno de belleza, de esperanza, de luz: revela lo que seremos, es decir, transformados íntegramente por la gracia de Cristo a su imagen y semejanza, para siempre.

La asunción de la Virgen María en cuerpo y alma al cielo es un gran misterio, pero es sobre todo un misterio de esperanza y de alegría para todos nosotros: en María vemos la meta hacia la que todos los que saben vincular su vida a la de Jesús, que saben seguirlo como lo hizo María.

Esta fiesta, sin embargo, habla también de nuestro futuro, nos dice que también nosotros estaremos cerca de Jesús en la alegría de Dios y nos invita a tener valor, a creer que el poder de la Resurrección de Cristo, que es " primicias de aquellos que han muerto» (II Lectura), puede obrar también en nosotros y hacernos hombres y mujeres que cada día tratemos de vivir resucitados, llevando la luz del bien a las tinieblas del mal que hay en el mundo.

María, " arca de la alianza, mujer vestida de sol " (I Lectura), " primicias e imagen de la Iglesia, madre de Dios " (Prefacio), inmaculada en su concepción, inmaculada en su divina maternidad, la que no conociste la corrupción del sepulcro, que ha sido resucitado en cuerpo y alma a la gloria del cielo, donde la Reina resplandece a la diestra de su Hijo, Rey inmortal de los siglos, ayúdanos a vivir en este mundo constantemente vuelto hacia bienes eternos, para compartir, un día, su propia gloria. Amén.

 (Lucio Dabbraccio)

 

 

 

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