Veamos este Amor inconcebible de Jesús al hombre, a la luz del
arrepentimiento del rey David, de sus pecados de adulterio y asesinato.
Profundamente dolido y arrepentido, súplica así, a Dios: ¡Lávame, Dios mío y
quedaré más blanco que la nieve! (Sl 51,9, b).
David representa al hombre dominado
por sus pasiones de todo tipo, pero también representa a los que sin excusas
oran así a Dios: Lávame a fondo de mi culpa, limpia mi pecado. (Sl 51,4 ...) La
oración de David, nace de un corazón sincero: Se está dejando reconstruir
por Dios. Veamos como perdona Dios nos perdona a la luz de la visión que tuvo
San Juan del Cielo:
"...Estos son los que vienen de la gran tribulación, han lavado sus
vestiduras y las han blanqueado con la Sangre del Cordero” (Ap 7,14).
Aunque el demonio nos
"martillee" por los pecados de nuestra vida pasada, sepamos, que una
vez confesados, hemos sido lavados y purificados con la Sangre de Jesús, el
Cordero Inocente. Esto es lo que celebramos en la Eucaristía.
P. Antonio Pavía
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