Iba sentado tranquilamente en el
autocar de la Compañía con destino a mi oficina, como cada mañana, cuando noté
como un ruido insistente pretendía agitar el ambiente. Se trataba de una
emisora de radio, en la que un señor hablaba alto y rápido con un fondo de
música que sonaba muy ligera y machacona, como pretendiendo que no era cierta
la inmensa paz y silencio que lo envuelve todo cada amanecer.
¿Como puede ser la agitación una
invitación a despertar? No nos confundamos, sólo es una invitación a agitarse.
Sólo puede despertar “la voz dentro de la cabeza”, “la mente discursiva”, que
inmediatamente empezará a juzgar lo que es bueno y lo que es malo, a añadir un
pensamiento a cada cosa que percibimos.
Un día paseando por el parque del
Retiro, mi acompañante me invitó a desviarnos del paseo que seguíamos porque
había un camión haciendo obras de mantenimiento. Me di cuenta cómo la mente
creyó que el hecho de que se moviera el camión parecía mover el ambiente
alrededor, como si la Paz dependiera de un camión.
Una vez más había sido juzgado el
hecho, se había etiquetado una percepción, asociándole un pensamiento de algo
“no deseable”.
Pero la paz se ha ido al ver el
camión y, sin embargo, no ha sido el camión el que ha quitado la paz, sino el
pensamiento.
Los sonidos están para ser
escuchados, no para evitarlos. El martillo neumático que suena horrible
rompiendo el asfalto, puede sonar a música celestial si lo que intenta es
arreglar ese problema que tienes desde hace tiempo con las tuberías de
saneamiento de tu casa.
Sé por experiencia que el incómodo
ruido del tráfico de Madrid suena muy hermoso cuando regresas de nuevo después
de meses desplazado del país, alejado de tu hogar y tu familia por causas de
trabajo.
Puedo decir por propia observación,
que no es el ruido del tráfico ni la radio subida de volumen, ni el sonido del
teléfono, ni de las conversaciones en voz alta, lo que se mueve y se lleva la
paz. No se agitan las cosas sino la
mente.
Entonces surge el gran problema del
hombre: pensar que somos nuestra mente, o lo que es peor, nuestras ideas. Así
pensamos estar agitados cuando la mente está agitada, o cualquier otro estado
derivado del sin fin de ideas, propuestas y contrapropuestas que son la base
fundamental del pensamiento ordinario. Al fin y al cabo esclavos de un narrador incansable dentro de nuestra cabeza.
Pero todo esto es un movimiento
ilusorio.
Estamos empeñados en buscarnos a
nosotros mismos dentro del pensamiento, y nunca encontraremos nuestra identidad
allí, siempre encontraremos que nuestra identidad se nos escapa, como si se
moviera rápidamente.
Es mejor práctica rendirse de una vez
dejando de buscarnos a nosotros mismos dentro del flujo de ideas y ofrecer a Dios nuestro propio pensamiento
y sin duda Él se encargará de revelarnos nuestra verdadera dimensión y nuestro
verdadero ser, que está más allá del pensar, inmóvil, imperturbable y lleno de
bienaventuranza.
Por favor, nunca olvides esto en tu Oración.
J. J. Prieto Bonilla.
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