Yo, la luz, he venido al mundo para que
todo el que crea en mí no siga en las tinieblas.
Si alguno oye mis palabras y no las
guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para
salvar al mundo
Jn
12,46-47
Si te culpas, pierdes la
oportunidad de que Dios te perdone.
Nuestro Dios quiso amarnos en el
perdón y negar su perdón es negar su amor.
Solo se conoce a Dios cuando
permitimos que El, cumpliendo su voluntad primera, nos libere de la pesada
carga de nuestras culpas.
Por eso, dedicó el momento
culminante de su vida en la tierra a morir por nosotros.
Con esta entrega, nos dijo a cada
uno que su voluntad era amarnos hasta el extremo y, en su cruz, abrazó nuestras
pesadas cargas, las de cada día,
las grandes y las pequeñas,
las que te impiden amar,
las que te inclinan a maldecir,
las que no te permiten levantar los
ojos del suelo
y las que te restan libertad y te
nublan el aire para no ver a Dios.
Si nuestro Padre del cielo, amó
nuestra culpa hasta morir para quedarse con ella
¿Cómo tener la arrogancia de no
entregársela?
¿cómo retenerla para que siga
emponzoñando nuestro corazón?
Nuestra culpa le pertenece y quien se la entrega, descarga su corazón y
deja espacio para el Amor de Dios.
Hay algo tan creador en el perdón de
Dios que tal como nos dijo Jesús en su Evangelio, amamos en proporción al
perdón que recibimos.
Dios crea Amor en nuestro corazón
cada vez que nos perdona y, quien sufre reteniendo su culpa pierde la
oportunidad de sentir la libertad de los Hijos de Dios y caminar por el mundo
tocando el suelo con la punta de los pies, sintiendo que tocamos el Cielo.
Mi sacrificio es un espíritu contrito,
Un corazón contrito y humillado tú no lo desprecias
Un corazón contrito y humillado tú no lo desprecias
Salmo
51(50), 19b
Olga Alonso Pelegrín
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