viernes, 12 de junio de 2015

Un corazón dibujado por Dios



En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, 


y la Palabra era Dios.


Ella estaba en el principio con Dios.


Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe.


En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres,


y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.


Jn 1,1-5

Dentro de ti, hay un corazón dibujado por Dios

Y todo lo que contiene, le pertenece. Lo mejor y lo peor, TODO.

Y somos necios cuando nos castigamos después de fallarle, porque solamente se llega a él cuando hablamos de nosotros mismos sin mentirnos; cuando la luz de su rostro nos permite descubrir el camino que nos lleva de nuestro corazón al suyo.

Cuando descubrimos a Dios, progresivamente sentimos esa luz invadiendo esquinas de nuestra vida que no conocíamos; intenciones escondidas, la verdadera razón por la que hacemos las cosas, la realidad de lo que buscamos y perseguimos. Y, no siempre nos gusta el descubrimiento porque no es fácil ver que no somos quienes creíamos ser.

Pero, tras el desánimo, Dios nos descubre la verdadera razón de esa luz, que no ha sido creada  para juzgar, ni tiene como objetivo nuestro desánimo: todo lo contrario.

La luz de Dios tiene la suavidad de la mano de una madre que  con ternura, sujeta a su hijo para enseñarle a caminar, son las alas de un pájaro que recorre el cielo de la vida, llevándonos hacia el infinito.

El camino que su luz abre en nuestro corazón, es el camino de la verdadera libertad, porque una de las cosas a las que Dios nos enseña es a aprender a ser libres.

Para ello, necesita mostrarnos y descubrirnos todo lo que guarda nuestro corazón como resultado de nuestro caminar por la vida: rencores, vanidades, grandezas. Cargas pesadas que, sin saberlo ahogan nuestra vida y encadenan nuestro corazón.

Ese es el sentido de su luz, hacernos verdaderamente libres, con una libertad que resiste cualquier prueba y que nos hace profundamente felices.

Cada vez que Dios ilumine la oscuridad de tu corazón, no sufras. Alégrate porque, en ese momento, el camino entre tu vida y la vida eterna es un poco más corto.

Señor, tú me sondeas y me conoces;
me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.

Salmo 138,1-3

Olga Alonso Pelegrin

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