viernes, 26 de junio de 2015

La tormenta



Estoy oyendo que se acerca una gran tormenta, cada vez los relámpagos y truenos se suceden más rápido y son más estruendosos.

Al igual que estas tormentas meteorológicas también, Señor, tus hermanos tenemos tormentas  físicas, espirituales e internas, bien a nivel individual o a nivel colectivo.

La Iglesia con frecuencia recibe la visita de la tormenta de los que no la aceptan y no solo no la aceptan, sino que la rechazan; y la rechazan con virulencia, con ánimo de desprestigiarla, más aún, dañarla. Esto en el mejor de los casos, porque ahí tenemos, Señor, la persecución de los cristianos hasta convertirlos en mártires. Parece mentira que en el siglo XXI todavía haya gente que odie por causa de la religión; seguramente es porque resalta y sobresale más su odio contrastado con el amor que emana de tu doctrina, se miran en ese espejo y se ven muy deformados. Solución: rompo el espejo.

A nivel privado tenemos otras muchas y diferentes tormentas, dependiendo de cada persona y su situación. La tormenta del dolor, la enfermedad, la muerte. La tormenta de las malas relaciones entre familiares, compañeros de trabajo o simplemente conocidos. La tormenta de las penurias económicas, la falta de trabajo, pero, por el contrario, también del despilfarro, del usar y tirar, de crearse necesidades innecesarias.

Al igual que aquellos apóstoles tuyos en el lago, constantemente, te pedimos explicaciones: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” Una y otra vez se oye que alguien dice: “¡Cómo es posible que Dios lo permita!” Tus apóstoles pretendían ilusoriamente llegar indemnes al otro lado del lago, pero no contaban con la realidad de que reiteradamente la naturaleza levanta tormentas, los vientos se convierten en huracanes. Está claro, Maestro, que es porque nuestros planes son distintos a los tuyos y los nuestros con frecuencia no son reales, no se ajustan a la vida diaria, sino que son simplemente ilusorios. Y de ahí que entonces te pidamos o, peor, te exijamos que nos salves. Te exigimos que nos ayudes, que tú te adaptes a nosotros, que cambies tus planes para que los nuestros salgan a flote.

Tu respuesta hoy sigue siendo la misma que les diste a tus apóstoles: “¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe? Esto es lo que nos pasa que no tenemos fe.

También está claro que tú contabas con que ellos te despertarían. Te dormiste tranquilamente porque contabas con que al menor problema ellos te increparían. Igualmente hoy también cuentas con que te reprenderemos. Cuentas con que a la menor dificultad te zarandearemos hasta despertarte. Seguramente no duermes, sino que te lo haces para que tengamos que acudir a ti. Deseas que tengamos necesidad tuya, que nos demos cuenta que solos nada podemos, que necesitamos de ti.

Danos, Señor, la fe de la que carecemos, enséñanos, Maestro, a ser realistas.

 Infúndenos la sabiduría imprescindible para planificar solo de acuerdo con tus proyectos. No permitas que la tormenta nos acobarde y mucho menos nos venza. Concédenos la suficiente humildad para acudir a ti en demanda de ayuda y nunca con exigencias.


Pedro José Martínez Caparrós

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