Estoy oyendo que se acerca una
gran tormenta, cada vez los relámpagos y truenos se suceden más rápido y son
más estruendosos.
Al igual que estas tormentas
meteorológicas también, Señor, tus hermanos tenemos tormentas físicas, espirituales e internas, bien a nivel
individual o a nivel colectivo.
La Iglesia con frecuencia recibe
la visita de la tormenta de los que no la aceptan y no solo no la aceptan, sino
que la rechazan; y la rechazan con virulencia, con ánimo de desprestigiarla,
más aún, dañarla. Esto en el mejor de los casos, porque ahí tenemos, Señor, la
persecución de los cristianos hasta convertirlos en mártires. Parece mentira
que en el siglo XXI todavía haya gente que odie por causa de la religión;
seguramente es porque resalta y sobresale más su odio contrastado con el amor
que emana de tu doctrina, se miran en ese espejo y se ven muy deformados.
Solución: rompo el espejo.
A nivel privado tenemos otras
muchas y diferentes tormentas, dependiendo de cada persona y su situación. La
tormenta del dolor, la enfermedad, la muerte. La tormenta de las malas
relaciones entre familiares, compañeros de trabajo o simplemente conocidos. La
tormenta de las penurias económicas, la falta de trabajo, pero, por el
contrario, también del despilfarro, del usar y tirar, de crearse necesidades
innecesarias.
Al igual que aquellos apóstoles
tuyos en el lago, constantemente, te pedimos explicaciones: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”
Una y otra vez se oye que alguien dice: “¡Cómo
es posible que Dios lo permita!” Tus apóstoles pretendían ilusoriamente
llegar indemnes al otro lado del lago, pero no contaban con la realidad de que reiteradamente
la naturaleza levanta tormentas, los vientos se convierten en huracanes. Está
claro, Maestro, que es porque nuestros planes son distintos a los tuyos y los
nuestros con frecuencia no son reales, no se ajustan a la vida diaria, sino que
son simplemente ilusorios. Y de ahí que entonces te pidamos o, peor, te
exijamos que nos salves. Te exigimos que nos ayudes, que tú te adaptes a
nosotros, que cambies tus planes para que
los nuestros salgan a flote.
Tu respuesta hoy sigue siendo la misma que les diste a tus apóstoles: “¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis
fe? Esto es lo que nos pasa que no tenemos fe.
También está claro que tú
contabas con que ellos te despertarían. Te dormiste tranquilamente porque
contabas con que al menor problema ellos te increparían. Igualmente hoy también
cuentas con que te reprenderemos. Cuentas con que a la menor dificultad te
zarandearemos hasta despertarte. Seguramente no duermes, sino que te lo haces
para que tengamos que acudir a ti. Deseas que tengamos necesidad tuya, que nos
demos cuenta que solos nada podemos, que necesitamos de ti.
Danos, Señor, la fe de la que
carecemos, enséñanos, Maestro, a ser realistas.
Infúndenos la sabiduría
imprescindible para planificar solo de acuerdo con tus proyectos. No permitas
que la tormenta nos acobarde y mucho menos nos venza. Concédenos la suficiente
humildad para acudir a ti en demanda de ayuda y nunca con exigencias.
Pedro
José Martínez Caparrós
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