Usted elige lo bueno por propia
naturaleza: entre una manzana sana y una manzana podrida, siempre elegirá la
sana.
Puede ocurrir que la manzana se vea
sana por fuera e interiormente esté podrida. Entonces usted vuelve a elegir lo
bueno pero se encuentra con que lo bueno en realidad era lo malo.
Si el diablo le hiciese una visita a
cara descubierta y le dijera que quiere mantenerle viviendo en el error, usted
directamente lo rechazaría como a la manzana podrida y, por tanto, no tendría
nada que hacer con usted ya que al ser descubierto sería rechazado de forma
natural. Como lo sabe, se mostrará como una manzana sana, por algo dicen que “el diablo siempre se disfraza”.
¿Qué mejor disfraz puede haber que el
que consigue realmente engañar a los demás suplantando una identidad por otra? Pues
el diablo se ocupará de que usted no le vea fácilmente. Se asegurará de que
usted le abra la puerta de par en par, para ello se disfrazará de aquello que
usted más ama, a saber: Usted mismo.
El diablo casi siempre vendrá
disfrazado de usted mismo, usurpará su identidad y sus pensamientos,
pretendiendo que sienta usted que él es usted y le hará creer que usted es algo
distinto de lo que usted realmente es.
Sobre todo le hará pensar que usted
es especial y diferente de sus hermanos y usted lo creerá. Le hará pensar que
tiene enemigos, que tiene razón, que usted en el fondo no ama la voluntad de
Dios, que no ama la verdad. Hará que usted piense que son sus pensamientos, le
hará pensar pensamientos de venganza, le hará pensar que usted también merece
castigo y usted creerá que todo lo ha pensado usted.
Y sobre todo mantendrá su mente
constantemente ocupada con pensamientos, imágenes, emociones y ruido constante;
en definitiva, con un pensamiento detrás de otro, para que no pueda ver la
realidad, para que no pueda ver que usted no es nada de eso.
Partiendo de esta premisa, toda la
locura del mundo, todo el sufrimiento que los hombres se infligen unos a otros
y a sí mismos tiene su explicación.
Por ejemplo, es muy evidente como
muchos hombres jóvenes de estas nuevas generaciones creen que en realidad no
quieren responsabilidades. Creen que están mejor viviendo una vida fácil y
cómoda y, a ser posible, siempre con alto poder adquisitivo. Se niegan a
casarse, a tomar compromiso con una mujer, les cuesta tener hijos, hacerse
cargo de una familia e, incluso en el trabajo, les cuesta profundizar y
responsabilizarse plenamente de su labor, limitándose ésta muchas veces a un
simple medio para conseguir un fin.
Esto les impide madurar, no llegan a
amar nada porque no sirven a nada, ni siquiera se quieren a sí mismos porque no
se sirven a sí mismos adecuadamente. Creen que esto es lo que quieren, cuando
en realidad un hombre crece en la medida que crecen sus responsabilidades en
todos los ámbitos ya sea en el mundo físico, sutil o espiritual.
Es como si pensaran que la manzana
podrida es la adecuada y además creyeran que son ellos quienes lo piensan.
Rechazan
coger compromisos, justo aquello que les hará crecer como hombres.
Otro tanto les ocurre a las mujeres:
parece que luchan por ser dueñas de sí mismas, como si realmente no lo fueran,
se esfuerzan por tener autonomía e independencia y, sobre todo, porque su criterio
prevalezca, quieren mandar y mandar, pero resulta que una dama crece en la
medida que es capaz de rendir su criterio.
Aceptación
y obediencia, el modelo de la Virgen María, justo aquello que más creen que rechazan es lo que más
las hará crecer en toda su dimensión de mujer.
Al final habrá un conflicto entre lo
que ellos hacen y lo que en lo más profundo de su verdadero ser desean, y esto
da como resultado el miedo.
Antes de decidir algo asegúrese de
que su elección es exactamente la suya y no la de quien suplantó su identidad y,
si no está seguro, pregunte a Dios en su oración, no quedará sin respuesta.
J. J. Prieto Bonilla.
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