Amados, amémonos unos a otros; porque el
amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios.
Jn 1, 4,7
Que lo
hiciera en obediencia, dejando que mis dos manos, como los dedos del pianista,
se deslizaran sobre el papel, derramando las Palabras que depositas en mi oído.
No sé porque
me has elegido, no sé cuál será el destino de estos textos, pero lo que sí sé
es que son un “spa” para mi alma.
Cuando leo
los textos que tu voz ha puesto en mis dedos, doy gracias por haberte
obedecido.
Doy gracias
porque me transportan al lugar de mi alma que solamente te pertenece a TÍ.
Porque su
lectura me desliza hacia donde se produjo nuestro primer encuentro.
Yo sé que
has construido dentro de cada hombre un lugar así, que solamente está destinado
al encuentro entre nuestro Dios y nosotros.
También sé
que, Tú visitas a menudo este espacio, pero no nos
damos cuenta porque no estamos allí, cuando Tú llegas.
Y, si ocurre,
algunas veces, que has venido y no nos
has encontrado, el alma nos duele, como si se quejara de no poder responder a la función para la que la
creaste, ser el lugar de encuentro entre Tú y nuestra vida.
Hay tantas
almas errantes en el mundo, Señor, gritando desde su soledad; llenas de cosas y
llenas de frío; pero, en definitiva, vacías de Ti.
Bendita sea
tu paciencia y tu tiempo infinito, que nos salva de despreciar la única
presencia que necesitamos para VIVIR.
Como el manzano entre los árboles
silvestres,
Así es mi amado entre los jóvenes;
Bajo la sombra del deseado me senté,
Y su fruto fue dulce a mi paladar.
Me llevó a la casa del banquete,
Y su bandera sobre mí fue amor.
Sustentadme con pasas, confortadme con manzanas;
Porque estoy enferma de amor.
Su izquierda esté debajo de mi cabeza,
Y su derecha me abrace.
Así es mi amado entre los jóvenes;
Bajo la sombra del deseado me senté,
Y su fruto fue dulce a mi paladar.
Me llevó a la casa del banquete,
Y su bandera sobre mí fue amor.
Sustentadme con pasas, confortadme con manzanas;
Porque estoy enferma de amor.
Su izquierda esté debajo de mi cabeza,
Y su derecha me abrace.
Ct 2,3-6
Olga Alonso Pelegrín
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