Siempre me ha fascinado al considerar
los acontecimientos cotidianos ver cómo el bien y el mal viven juntos, parece
que en el mundo, los ángeles y los demonios se dan la mano en un pacto incomprensible.
El pájaro que te deleita con su canto
al amanecer, al atardecer se come tu sembrado. El abogado que ayer te defendió,
hoy se querella contra ti. La persona que hoy te salva, mañana te condena. La
mujer que hoy no soportas, ayer fue tu gran amor.
Es como decir que el bien y el mal
viven juntos en un extraño acuerdo.
Esto es lo que vemos todos los que
hemos comido del árbol prohibido del Paraíso. Y así pasamos nuestras vidas
intentando coger lo que creemos que es bueno y evitar lo que creemos que es malo.
En nuestro pensamiento más simple y
egoísta esto se resume en quiero lo bueno y lo malo no, que es lo mismo que
decir “no quiero sufrir”, como si nosotros supiéramos lo que nos conviene.
Todos vemos cómo nuestro egoísmo, (querer
ser más listos, tener más cosas, tener razón, sentirnos superiores, sentirnos
queridos, ser más admirados por nuestra labor o cualidades, que se enamoren de
nosotros, ser escuchados, que nos consideren y por supuesto que se demuestre
que estamos en lo cierto, etc) es lo que muchas veces nos mueve a actuar. En este actuar uno hace cosas
buenas y cosas malas para otros. Pero si somos honestos tendremos que reconocer
que la mayoría de las veces el interés está en uno mismo, incluso llegamos a
hacer cosas aparentemente altruistas por amor a los demás pero lo que realmente
queremos es una recompensa en el Cielo para nosotros.
Y todo este proceder egoísta en
pensamiento y acciones de cada uno de nosotros interactúa con el proceder
egoísta de los demás haciendo que las relaciones con el prójimo no sean un
encuentro de corazones abiertos, sino una colisión de ideas y emociones dando
lugar muchas veces a un mundo lleno de olvido y dolor. Ese mundo del que todos
muchas veces nos quejamos.
Sin embargo, no consigue uno ser más
bueno por hacerse el propósito de ser más bueno, no suele funcionar. Ni
siquiera muchas veces por cumplir los preceptos formales de tu religión, te
haces alguien más bueno.
¿Cómo se cura la soberbia, cómo se
cura la ira, cómo se curan los excesos, cómo se cambia el mundo? Todos sabemos
que con humildad, paciencia, templanza y amor. Pero para ir de la soberbia a la
humildad o de la ira a la paciencia, la gracia divina ha puesto unos vehículos
rápidos. El problema es que nadie los quiere coger, más bien la misma gracia
divina nos sube a ellos a la fuerza. Los vehículos se llaman dolor y sufrimiento. El mismo dolor y
sufrimiento que genera nuestro egoísmo. El mismo sufrimiento con el que los
demonios castigan al mundo lo usan los ángeles de Dios para salvarte de ti
mismo.
No se trata de curar al ego. No se
trata de cambiar el ego actual por uno que creemos mejor. El ego y su egoísmo
tienen que morir y nuestro ego lo sabe y, por tanto, sufrirá.
Tiene que morir
el hombre viejo para dar lugar al hombre nuevo. No hay cura posible, no hay
otra posibilidad. Tal vez la imagen de Jesús en la cruz quiera decirnos algo al
respecto.
No digo que busquemos el sufrimiento,
ni que busquemos el placer. Digo que perdonemos y aceptemos al mundo porque
Dios conoce todos sus designios y lo hace eternamente perfecto a cada instante
derramando su Amor para ti con cada acontecimiento. Todo lo que te ocurre está
pensado, medido y calibrado con la sabiduría divina, es perfecto, lo sepas o
no. Tal vez nos toque sufrir por nuestro egoísmo un poco más hasta que nuestro
ego muera para dejar de sufrir.
¿Tienen sentido estas palabras?
J. J. Prieto Bonilla.
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