Poesía –del griego
poiesis–, está en la génesis del cosmos, cuando «creó Dios los cielos y la
tierra…» (En arke epoiesen o Zeos…) (Gn. 1,1-2 en los 70). La creación de
la nada es poesía en el sentido matriz del término que significa la obra que
materializa una iluminación y la comparte. No es solo un soplo de las
musas, –en José fue un ángel–, sino la obra acorde y subsiguiente de un
hombre, que hace entendible la luz.
José fue un hombre de
pura acción iluminada en la palabra íntima del sueño, y hecha realidad. Le
dijo el ángel que no temiera, y no temió, que acogiera, y acogió, que huyera
a Egipto, y esa misma noche, emigró. Se lo mandaron y volvió, ya con el
Niño casi criado. Nadie preguntó nada, ni se extrañó de nada. José no era
tan viejo cuando volvió a Nazaret, que no pudiese ser tenido por el padre
físico de Jesús. Así lo entendieron todos los paisanos entre los que vivió
luego, con su secreto dentro, porque no le ordenaron proclamar la Noticia,
sino ser Evangelio en su corazón, exacto al de María en eso. La mayor
fuente de inspiración en la historia poética, artística, o conductual de la
raza humana, ha sido la Palabra que él recibió en sueños. Cualquiera que
no fuera un poeta hubiese pensado al despertar que aquello era un mal
sueño. Un ángel del Señor no podía decir algo tan contrario a la
convicción diaria de la realidad propia y cultural de un pueblo.
Ni alguien que no
tuviese un alma limpia, con un discernimiento como José, hubiera realizado
tan inmediatamente el extraño mandato. Pero José no se tomó ni siquiera un
día para pensarlo. Se levantó y recibió a su esposa;, en su casa, con el
Niño en el vientre. Pura poesía;, aquella obra que materializó una
iluminación. También Jesús calificó toda su obra como glorificación del
Padre, porque «he cumplido las obras que me diste para realizar» –ina
poieso– (Jn 17,4). Su poesía era su forma de comprometerse con un trabajo
encargado. Y eso lo aprendió como hombre de su padre en la tierra, el
carpintero José. Mil veces oiría en sus labios, cuando un cliente venía
a recoger su encargo, aquí tiene acabado el trabajo encargado;
Una nota esencial del
carácter Cristiano de José, es la rapidez de reflejos y la confianza total
que tiene en el Padre, y en su forma nueva de realizar su obra. No necesitó
ser probado en su fe, como otros patriarcas, porque así es la familia de
Jesús, su madre y sus hermanos, personas que escuchan la Palabra de Dios y
la hacen realidad. (Mt 12, 50; Mc 3,35; Lc 8,21;). No hay amor sin;
poesía, ni poeta sin amor, en el sentido original del término poiesis.
La carta de Santiago,
el hermano del Señor, transcribe ese ambiente de poesía; que traduce la fe
en obras y las obras en la mejor prueba de la fe. Esa enseñanza
básica, retrata a su familia de carne y hueso. Supone un ambiente de
crianza y educación primaria, fresca, con las notas esenciales de carácter
que imprime la familia y en especial del padre al niño que lo mira y se
empapa de su ser. Santiago, debió vivir en el ámbito educativo de San
José. Hacer realidad de obras la fe, era para ellos esencia de la fe.
…«Y yo con mis obras te mostraré mi fe» (St. 2,18) En eso fue gigante
José. Sabía también cantar como David, que apaciguaba con dulzura a Saúl
¡Como serían las nanas de José al Rey del Universo tan cercano! ¿No crearía
las letras y músicas más simples y hondas de la humanidad?
La alegría poética de
José, la expresó María en el canto que nos proclama Lucas, como resumen de
la historia de Israel: «…se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador… Porque
ha hecho (epoiesen) obras grandes el Poderoso a través de mí» (Lc 1,47
s.). José de Nazaret, asombrado en la luz de su sueño, quedó receptivo
para la mayor aventura de la raza humana, la plenitud del arte que «habitó
entre nosotros».
Manuel Requena
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